23 de noviembre de 2024
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Cuarto clasificado del ’10º Premio Literario RRHHDigital’: ‘Rebeca’

Cuarto clasificado del '10º Premio Literario RRHHDigital': 'Rebeca'

En la madrugada del 14 de enero de 1980, mientras caía una copiosa nevada en una pequeña ciudad del norte de Ucrania,  vino al mundo una pequeña criatura cuyos ojos grises serían los protagonistas de una bonita cara. El nombre de este pequeño ángel que alumbró el frío es Rebeca.

Dicen que en ocasiones los Dioses, en la soberbia que les da su posición, deciden bajar a la Tierra y embriagarse en el primer tugurio de mala muerte que encuentran para distraerse de sus ocupaciones. Es entonces cuando las desgracias que ningún mortal puede concebir, ocurren. La madrugada en la que Rebeca nació, el Dios que debía darle protección, yacía inconsciente por el vodka sobre una mesa de cartas que partida tras partida le habían hecho perder todo su dinero e incluso parte de su dignidad. Por eso la pobre niña recibió la peor mano de la baraja que te pueden dar al comenzar el juego, y la primera bocanada de oxígeno que inhaló fue la del aire rancio y cargado que hay en el paritorio de una prisión. La pena de la condena que su madre cumplía se había hecho extensible, por el infortunio del azar, a un alma inocente, un alma que estaba tan limpia y pura como la nieve de un glaciar.

Hasta que cumplió tres años, la pequeña Rebeca creció entre numerosos barrotes en las ventanas , pasillos largos sin muebles y paredes grises sin cuadros, con abrazos contados y miradas perdidas. Las drogas habían mermado la capacidad para amar de su madre y se sentía más arropada por algunas funcionarias que por aquella que tenía su misma sangre. Cuando las dos salieron de la cárcel, se dirigieron a la primera casa de verdad que Rebeca iba a conocer. Era la de la familia de su madre, la casa de su tío y de su abuelo. Lo que debía de ser un hogar se convirtió en una auténtica pesadilla en donde sufrió abusos por aquellos que se suponía que debían quererla, amarla y por ende respetarla. 

Trece años después de aquella nefasta noche, su Dios seguía sin percatarse de su olvido, ni siquiera sabía que la pequeña Rebeca estuviese bajo su jurisdicción.  Sin ningún as al que aferrarse, la mente de nuestro ángel se quebró. Subió a lo alto del edificio al que ella denominaba infierno y se arrojó con la idea de llegar un cielo que silenciara todos sus gritos de dolor. Y fue en ese preciso instante, en donde aquel deleznable Dios al que Rebeca maldijo cientos de veces, escuchó su voz. Le lanzó un par de alas en forma de cuerdas de tender y un tejado de uralita que evitaron su muerte, pero no las fracturas de sus huesos, entre ellos los que conforman el oído.

Aunque aquella negligencia dejó en evidencia a un Dios sin muchas amistades entre sus compañeros del Olimpo, no tuvo mayores consecuencias para él. No se puede destituir a un Dios ni cambiar las cartas que te fueron repartidas al principio de la vida. Parece mentira que en pleno Siglo XXI sigan pasando estas cosas, pero los dogmas del origen del universo así lo dictan. Lo único que podía hacer Rebeca era jugar su partida de la mejor manera posible.

Bajo la tutela de los asuntos sociales, entró en un programa en donde durante un par de veranos, pudo venir a España de vacaciones. Dos veranos que le bastaron para aprender un excelente castellano y para ganarse el cariño de todos los habitantes de un pequeño pueblo de Castilla – La Mancha. De todos los habitantes del pueblo y de dos personas en particular, sus padres de acogida que se convertirían en su verdadera familia años después.

No hay mayor miedo para un escritor que sentarse ante un papel en blanco cuando te dicen que debes presentarte a un concurso. Pero esta mañana, cuando he entrado a trabajar en uno de nuestros hoteles, me encontré con los ojos grises de Rebeca.  Me miraron acompañados de una increíble sonrisa, la misma que muestra a cada uno de nuestros clientes. Es una de nuestras mejores camareras de sala. 

Como psicólogo quería relataros algo relacionado con el coaching, o con técnicas de motivación, o con alguna de esas cosas que se estudian en la carrera. Pero no sé si atribuir al azar, a su Dios, o a la partida que ella mismo jugó con aquellas míseras cartas, el que hoy haya tenido la suerte de encontrarme con una persona que me ha enseñado más que cualquier libro de los que leí en la universidad.

Permitidme que me sienta en la necesidad de rendir este pequeño homenaje a alguien que a pesar de todas las dificultades que le presentó la vida, ahora es feliz y hace felices a los que le rodean.

Permitidme que este breve relato tenga por título un nombre propio. Permitidme que este concurso haya sido una excusa para presentaros a Rebeca.

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