Érase una vez un presidente de una asociación, que hizo del intercambio de informaciones y experiencias su gran misión y tuvo el placer de integrar un equipo que promovió un gran número de eventos sobre la excelencia organizacional. Uno de ellos, cuyo tema era – Motivación y Creatividad -, quedó inmortalizado por la genialidad de su presentador, el consagrado carnavalesco Juancito Treinta.
Ese personaje, nacido en Maranhâo, bailarín por vocación, hizo presentaciones que eran un show, no solamente por su indiscutible talento profesional, si no, también, por su cultura, sensibilidad y responsabilidad social. Él afirmó enfáticamente que el gran responsable de colocar una Escuela de Samba en la avenida tiene nombre y apellido – se llama: Espíritu de Equipo. La iniciativa privada y la administración pública le agregarían valores preciosos a su gestión, si reflexionasen profundamente sobre los fundamentos y los procesos que giran alrededor de una Escuela de Samba.
El “juego de cintura” de los bailarines de samba y del futbolista brasileño, es embajador de la cultura de un pueblo que hace de su incorregible alegría, la brillantez de lo “Hecho en Brasil”.
De la riquísima diversidad de formas de expresión del carnaval – fantástica ópera al aire libre – nuestro enfoque se dirige a las escuelas de samba, de las cuales la pionera es la escuela “Déjame Hablar”, fundada en 1928 por los sambistas: Ismael Silva, Bidé, Blancura, entre otros.
Tratando temas desde el Creador hasta la criatura, de la flora a la fauna, de la historia a la geografía, de la pobreza a la riqueza y de la antigüedad a la modernidad, surgen historias que se convierten en “samba enriedos” – tema medular del desfile – generador del mayor espectáculo de arte al aire libre del mundo.
Haciendo un análisis gerencial de lo cotidiano de las escuelas de samba, podemos identificar la aplicación de conceptos que fueron emitidos por consagrados especialistas mundiales en gestión de la excelencia, como por ejemplo: el P-D-C-A- de Shewart-Deming, la adecuación al uso de Juran, los Equipos de Trabajo de Ishikawa, la filosofía del “Hágalo bien, sin desperdicios” de Crosby, el Control Total de la Calidad de Feigenbaum y la enseñanzas de Peter Drucker.
La empleabilidad, habilidad ecléctica del profesional moderno también desfila en las avenidas del país, pues los bailarines samban, cantan, hacen movimientos e interpretan el rol que les cabe en el contexto. Motivada, la tribuna se levanta de sus asientos, toma aliento y suelta el tan aguardado grito de: ¡es campeona!, ¡es campeona!, ¡es campeona!
Por algunos momentos el sueño de la igualdad universal se puede apreciar en los versos del poeta, en el sonido inconfundible de los tamboriles, en la amplia sonrisa de los bailarines, en la mezcla de razas, credos, jerarquías, profesiones y clases sociales. En ese momento, la emoción es la que predomina y la adrenalina llega al éxtasis, pues es el reconocimiento del arduo trabajo de millares de personas – la gran mayoría desconocida – que durante todo el año se desdoblan en realizar las innumerables tareas del galpón, en la confección de los disfraces y en los ensayos del grupo.
Poner en la pasarela a los miles de bailarines con perfecta noción del tiempo y del espacio y, gerenciar el escaso presupuesto de que disponen en la agremiación, requiere sin duda alguna, de mucha creatividad para lograr esos efectos especiales, con baja inversión.
Evidentemente, tiene que reinar mucha armonía entre los que planifican y la flexibilidad que utilizan, para lidiar con personas de idiosincrasia tan diferente.De la gracia de las evoluciones de la porta-bandera a la agresividad del sonido de los bombos sordos, se puede presenciar una clase del singular MBA tupiniquim (idioma nativo).
Para que todas las organizaciones, de todos los tamaños y actividades, puedan agregar valor con el estilo interactivo de las escuelas de samba, sólo es necesario que sus ejecutivos expresen la naturalidad revelada por el súper astro del básquet ball mundial – el norteamericano Michael Jordán. “Erré más de nueve mil cestas y perdí casi trescientos juegos. En veintiséis finales de juego, fui encargado de arrojar la pelota que haría ganar el partido… ¡y fallé! Tengo una historia repleta de fallas y fracasos en mi vida profesional. Es exactamente por eso que soy exitoso».
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