La mañana había aparecido lluviosa. En la radio del coche se escuchaban una y otra vez las mismas noticias y los tertulianos comenzaban a opinar de los temas de actualidad sin ponerse de acuerdo sobre las razones de la crisis en la que estábamos inmersos. Siempre recordaba aquella viñeta de Martin Morales que rezaba algo así como que “desde que soy tertuliano, no sabía que podía hablar de tantos temas que desconozco”. La discusión comenzó a derivar en un bucle infinito hasta que se volvieron a escuchar los anuncios de rigor confirmando que los “Fernández eran muy amables” a la hora de vender alfombras o un tipo muy contento después de hacerse un “Boston”. Fernando AlcuIla, Director de Recursos Humanos de “Maragon”, cambiaba de dial en cada uno de los semáforos. Mismas noticias, distintas voces. En su cabeza se repetía una y otra vez el mensaje recibido ese fin de semana convocándole a una reunión urgente del Comité de Dirección para tratar un tema estrictamente confidencial. Este tipo de mensajes se digieren bastante mal si se reciben de forma repentina con suficiente tiempo para meditarlo. Había decidido no contactar con otros miembros del Comité de Dirección aunque deseaba tener más información. Pensaba que el ADN de RRHH era ser un poco “cotilla” para sondear las cosas que ocurren a tu alrededor pero a la vez ser como un “sacerdote en secreto de confesión”.
Maragon se había establecido en 1988 y era una de las líderes de su sector. Con una plantilla de 800 empleados, su implantación en el territorio español era casi completa. Durante los últimos años se había diseñado la expansión internacional, pero la experiencia en Portugal e Italia no había obtenido los resultados esperados. Indefiniciones en la estrategia, así como la falta de capacidad de atracción de líderes en esos mercados o de colaboración entre los departamentos habían lastrado cada una de las inversiones.
Fernando sabía que Luis Rodriguez, presidente y fundador de la Compañía estaba pensando en retirarse desde hacía dos años. Estaba algo frustrado con los resultados de los últimos años y estaba convencido que se requería un nuevo empuje. Emprendedor incansable, había invertido en numerosos proyectos, pero su vocación era expandir su empresa a nivel internacional y este había sido su principal fracaso. ¿Qué quería compartir con el equipo?.
Aparcó el coche en su plaza y subió a la sala de reuniones dónde esperaba encontrarse con el resto de sus compañeros. Le recibió Inmaculada Cubillas, CFO del Grupo, que se incorporó 5 años atrás para preparar la posible salida a Bolsa de la Compañía. Lamentablemente, la falta de inversores apropiados como una venta inadecuada de expectativas había frustrado la operación. La necesidad de capital adicional era esencial para afrontar la internacionalización de Maragon. Inmaculada era una profesional competente, pero se sentía incapaz de convencer a Luis en la estrategia inversora. “¿Tú sabes que quiere el patrón?”. “Eres su confidente y seguro que algo te ha comentado. ¿Está pensando en retirarse?”.
Fernando estaba sorprendido porque inmediatamente después le pregunto lo mismo Antonio Hurtado, Director de Planificación Estratégica: “Nos trata como críos y tenemos que estar todo el fin de semana preocupados sin saber qué es lo que quiere. Estuve con él el viernes y no me comento nada. Llevo 25 años trabajando con él y podría tener un poco de confianza”. Antonio siempre había sido una persona inconstante y frustrada, aunque con un magín apreciable. Consideraba que los resultados obtenidos se debían al esfuerzo de las personas que habían ayudado a construir la Compañía y no “todos esos MBA’s que tanto le gustan ahora”. Antonio ambicionaba su nombramiento como consejero delegado, pero veía que su jefe no le tenía en cuenta para esos menesteres. La realidad es que su falta de colaboración con otros miembros del equipo no le hacía muy popular. “¿Y ahora qué? ¿Volveremos a escuchar la retahíla de que no hemos sabido trabajar juntos?”.
Empezaron a servirse un café mientras iba llegando el resto del equipo. Todos tenían cara de haber dormido poco la noche anterior, aunque ninguno parecía saber exactamente las razones de la reunión. Francisco Porres, Director Comercial, hablaba por teléfono con un Gerente de Zona. Habían vuelto a “robarle” a uno de sus vendedores estrellas. “Esto es por vuestra culpa” le increpó a Fernando. “Somos tan poco competitivos en salarios que no podemos retener a nuestra gente, y luego tardáis un siglo en reclutar un sustituto”. Fernando no estaba para discutir esa mañana. La identificación de altos potenciales para su desarrollo, así como el establecimiento de un nuevo paquete retributivo, no parecía haber sido suficiente para retener a los mismos. Aunque tampoco Francisco había aplicado los planes de mejora tras la evaluación realizada a los Gerentes de Zona en el que se identificaron enormes carencias en gestión de equipos.
“Vaya mañanita” musitó Fernando al que le quisiera escuchar. Este era la típica situación que había temido durante los últimos años. Todos especulando acerca del futuro o compartiendo frustraciones, sin tener ningún tipo de perspectiva. La Compañía había funcionado como un reloj mientras Luis había ejercido el liderazgo qué, aunque en algunos momentos había sido demasiado férreo, hacía que los equipos se pusiesen en marcha un minuto después de tomarse una decisión. Pero la simple perspectiva de verle fuera o gestionar cambios creaba una sensación extraña de orfandad e incertidumbre. Luis y Fernando lo habían discutido infinidad de veces. Luis no tenía hijos que pudiesen asumir funciones en una empresa familiar como la suya y tampoco había diseñado un plan de sucesión para liderarla el día que no estuviese al frente de la misma. Era un tema que “veríamos cuando llegase el momento” aunque en el fondo siempre pensó que el problema de los últimos años no era sólo del pianista sino también de la melodía.
En ese momento se unió a ellos Cristina Jiménez, directora de IT, que era siempre la persona más positiva del Grupo. Llevaba menos de dos años y había
trabajado toda su vida en consultoría, por lo que el tema de los cambios los entendía como una norma de vida. No había problema que ella no le diese la vuelta y lo presentase como una oportunidad. “Pero ¿qué os ocurre a todos? Esto parece un funeral. No sabemos nada y ya parece que es el final de nuestros días. Y ocurra lo que ocurra, cuando salgamos de esta reunión, tendremos que seguir motivando a nuestros equipos”. “Bueno, aquí viene la “McKinsey” a decirme como debo actuar” le espetó Antonio. “Se nota que sólo estás aquí de paso, pero para muchos de nosotros es nuestra vida. Tú no entiendes que esto es más que una empresa, es una familia; mal avenida, pero familia y cualquier cambio terminará con la esencia de lo que hemos sido”. Cristina no podía creer lo que estaba escuchando. Le daba la sensación de estar inmersa en algo casposo que no quería, o tal vez peor, no podía entender ni podría cambiar.
“Observando nuestra actitud de hoy lamento no haber insistido más en realizar la transformación que necesitamos. Hemos asumido un sentido de pertenencia pero no hemos creado cultura de equipo. Debemos asumir nuestras propias debilidades y desarrollarlas, sustituir personas que pueden ser nocivas para el proyecto, ayudar más a Luis para que entienda la necesidad de crear una línea de desarrollo con personas que compitan por sus capacidades y no por sus posiciones. En definitiva, estar preparados para afrontar este y otros cambios sin la sensación de tirar la toalla antes de comenzar. Nuestro problema siempre ha sido que no hemos querido ser útiles sino importantes”, comentó Fernando con cierto tono de fatalidad.
“Esa es la diferencia que tenemos los comerciales” comentó Francisco. “Los Porres nunca tiran la toalla. No pueden hacerlo. Pero agradezco tus comentarios porque tengo la sensación qué hace tiempo perdimos la perspectiva de nuestra realidad y nuestras prioridades”. El comentario sorprendió a los presentes porque nunca habían visto a su Director Comercial reconociendo ser parte de un problema aunque era complicado entender a alguien que siempre hablaba en tercera persona para referirse a sí mismo.
“Qué raro que Luis no haya aparecido todavía” comentó Inmaculada. La puntualidad era parte de su personalidad y la utilizaba como parte de la gestión. De hecho, solían citarte en su despacho 15 minutos antes de comenzar una reunión si estaba organizada a primera hora de la mañana.
La puerta del fondo de la sala se abrió lentamente y pudieron ver como Luis conversaba con alguien dando la espalda a la misma. Reía abiertamente y comentaba lo tranquilo que había estado ese último fin de semana sin nadie que le molestase. Entró con dos personas desconocidas para el resto de los asistentes que se sentaron a ambos lados de este.
“Quiero agradeceros vuestro trabajo y lealtad durante estos años. Como decía Shakespeare, “el pasado es un prólogo”, y hoy comenzamos un nuevo capítulo. He decidido empezar a trabajar en mi sucesión. Y, para ello, necesitaré también vuestra colaboración. Estoy convencido que ya conocéis lo que no debemos ser porque vosotros también sois Maragon. ……………….”.
Todos entendieron que estaban delante de un reto que, seguramente, cambiaría sus vidas.
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