23 de noviembre de 2024
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El estrés laboral: todos perdemos

El estrés laboral: todos perdemos

En los últimos meses ha notado usted dolor de cabeza, dificultades a la hora de dormir, sarpullidos, disminución o aumento del apetito, nerviosismo, taquicardias momentáneas, un estado de ánimo bajo o ansiedad, dolores en la espalda o en el cuello, fatiga? ¿Tiene problemas para desconectar del trabajo cuando llega a casa? ¿Se lleva los problemas de casa al trabajo? ¿Está extremadamente preocupado por la inseguridad laboral en los tiempos que corren? ¿No sabe muy bien cuáles son las funciones concretas de su puesto de trabajo? ¿Está sometido a temperaturas extremas, o a altos niveles de ruido en su puesto de trabajo? ¿En su ambiente de trabajo se respira tensión?

Pero, ¿a qué nos enfrentamos? El estrés es una respuesta que, en muchas ocasiones, es útil para defenderse ante ciertos peligros y emprender la huida. Si, por ejemplo, vamos por la selva y vemos un león, valoramos ese peligro y nuestro organismo emprende la huida: nos hemos salvado; o si estamos a punto de ser atropellados por un coche, corremos muy rápido y nos apartamos de la vía. En ambas ocasiones el organismo busca un reajuste para un desequilibrio momentáneo. En cambio, otros factores como sobrecarga de trabajo, hacinamiento, difusión de funciones…provocan que el organismo interprete las situaciones en que se dan como una amenaza y tener una respuesta de estrés muy poco útil, muy displacentera y nociva si se mantiene en el tiempo. Un cierto nivel de estrés que oriente hacia una meta y que motive es positivo, pero cuando ese nivel aumenta y se hace inhabilitante, se convierte en un enemigo.

En el contexto profesional, para definir el estrés laboral no sólo hay que tener en cuenta los factores de riesgo o la respuesta del organismo, sino la interpretación que el sujeto hace de la situación; si esa persona se reconoce con las habilidades y capacidades personales suficientes como para hacer frente a lo que se le pide en el trabajo.

¿Cómo nos afecta el estrés?

El estrés tiene muchas manifestaciones y pueden variar de una persona a otra. Lo que está claro es que afecta tanto al cuerpo como al estado emocional e intelectual. Sudoración, tensión muscular, bruxismo, palpitaciones, molestias en el estómago, dificultades respiratorias, sequedad de boca, dolores musculares, insomnio, ira, irritabilidad, miedo, consumo de tabaco, alcohol o comenzar a tomar sustancias nocivas, cambios súbitos en costumbres y hábitos son solo unos ejemplos de sus síntomas…Cuando vivimos situaciones puntuales de estrés, el riesgo es menor; pero si las situaciones y sintomatología del estrés se mantienen durante períodos prolongados de tiempo y en niveles elevados, las consecuencias para individuo y empresa pueden ser fatales. En el individuo el estrés contribuye a desarrollar trastornos psicofisiológicos, cardiovasculares, gastrointestinales, trastornos musculoesqueléticos, dermatológicos, endocrinos, sexuales e inmunológicos; además de alteraciones psicológicas (depresión, ansiedad, disminución de la autoestima, burnout…). Para la empresa, el peligro de exponer a factores y situaciones de riesgo para el estrés se traduce en una disminución del rendimiento y productividad, en insatisfacción de la plantilla, en conflictos internos, en absentismo de la misma y necesidad de contratar temporalmente a nuevos trabajadores, en errores y accidentes, en mayores costes de atención sanitaria…

¿Cuáles son las características del trabajo que potencian la aparición y el nivel del estrés? Dentro de la estructura organizacional, además de los estresores del ambiente físico a los que se han dedicado numerosos estudios, existen muchos otros que ahora empiezan a ser tenidos en cuenta, como los estresores del puesto y el contenido de la tarea (carga mental en el trabajo por exceso y por defecto, el ritmo de trabajo, el trabajo repetitivo, la identificación con el producto, la carencia de autonomía, las horas extras…), los estresores organizacionales (el conflicto y la ambigüedad de rol, los cambios y fusiones, la política de ascensos y desarrollo, el clima, la participación…) y los relacionales (el tipo de comunicación –ascendente/descendente, las relaciones con los iguales, con los superiores, con los subordinados y con los clientes, el sentimiento de cohesión grupal…). Por parte del trabajador, también se pueden encontrar factores que predisponen y le hacen vulnerable ante una de estas situaciones como el entorno familiar, social y económico, y las características de personalidad (estilo de afrontamiento, conducta agresiva y muy competitiva, la manera de atribuir la responsabilidad de los problemas…).

Hasta ahora se han realizado muchos estudios sobre las condiciones ambientales del trabajo, pero hoy en día están tomando la importancia justificada otros aspectos del trabajo que son capaces de potenciar la aparición de estrés en un individuo. Estos factores tienen que ver con el tipo de tarea y contenido con el que se trabaja, con la cultura y el sistema de la organización y con el tipo de relaciones que se establecen en el ámbito laboral.

Soluciones

Si queremos que empresa y trabajador estén sanos, utilicemos todas las herramientas que están a nuestro alcance, recordando que la prevención es la mejor baza:

Prevención e intervención se ejecutan en dos niveles: nivel organizacional y nivel individual. En el nivel individual se trata de poner en práctica, sobre todo, habilidades que faciliten la claridad y organización en el trabajo (la solución de problemas, determinar los objetivos, jerarquizar las tareas diarias, programarse las mismas siendo realista y teniendo en cuenta las horas de máximo rendimiento e incluyendo tiempos de descanso…), así como habilidades que fomenten las relaciones interpersonales (saber decir no, saber realizar y encajar una crítica, pedir información para delimitar el rol de cada uno y evitar la ambigüedad innecesaria, solicitar la autonomía…). Las actividades que ayuden a disminuir la activación fisiológica y a establecer una separación “tiempo trabajo-tiempo no trabajo” (ejercicios terapéuticos de relajación y respiración,  ejercicio físico o actividades gratificantes) así como la búsqueda de apoyo social (dentro y fuera del ámbito laboral) son importantes herramientas para gestionar el estrés.

Las posibilidades de la organización son múltiples, y convertirse en una estructura sana deberá partir del establecimiento de unos canales de comunicación ascendente y descendente positivos, y un clima laboral constructivo, de una clara descripción de las tareas-funciones-medios-herramientas de cada puesto de trabajo y de una cultura organizacional que ofrezca participación y autonomía al trabajador. La ley obliga a la empresa a ocuparse de los riesgos psicosociales, pero como trabajadores también tenemos el “deber” de construir y ser artífices de nuestro propio bienestar psicológico

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