A veces pasa desapercibida, pero la inteligencia emocional es una competencia fundamental para cualquier compañía y, en especial, para las personas que trabajan en ella. Un equipo emocionalmente maduro tiene muchas posibilidades de triunfar en sus objetivos, razón por la cual es importante que la empresa contemple la gestión de los Recursos Humanos desde la perspectiva de la inteligencia emocional.
Para empezar, ya en el proceso de selección de candidatos la compañía debe conocer las motivaciones que cada persona tiene en relación al puesto y a la empresa. ¿Cómo afronta su futuro profesional? ¿Qué expectativas tiene? ¿Qué miedos? Al hacer la entrevista de rigor conviene poner la lupa en emociones como la alegría, el entusiasmo, la conexión con el puesto y la motivación por el logro.
Una vez dentro, cuando la persona abandona la categoría de candidato y se pone el traje de empleado, en el análisis de su desempeño ya no solo aparecen las expectativas acumuladas, sino que empiezan a asomar también algunos ingredientes emocionales negativos, los mismos que impiden al empleado alcanzar sus objetivos particulares. Merece la pena detectarlos a fin de combatirlos de manera efectiva. Esos ingredientes son –en esencia– la falta de claridad y de concreción. El empleado ha de ser honesto y, si ve que no puede alcanzar esos objetivos, decirlo inmediatamente.
En ese sentido, el empleado ha de organizarse y ver qué puede hacer y qué no y, a partir de ahí, renegociar una vez más sus objetivos. A veces sucede que la frustración va acompañada de miedo a la pérdida del puesto: en ese caso la situación del empleado puede empeorar y desembocar en un estado de ansiedad que perjudicará seriamente su salud.
Por decirlo de otra manera, la responsabilidad de que el empleado alcance sus objetivos –y lo haga sin dejarse la salud en el trayecto– es compartida entre el jefe y el propio empleado. Dependiendo de cómo utilicen la inteligencia emocional los elementos de la ecuación, esta responsabilidad será un reto estimulante o un martirio inasumible.
Cuando se viste de reto encuentra una aliada notable en la motivación, que siempre ha de venir de uno mismo. La motivación externa es una trampa, una solución a corto plazo. Lo ideal es que cada empleado detecte su automotivación, que le encuentre sentido a su puesto y al papel que ocupa en la compañía. La persona que utiliza la inteligencia emocional tiene claras sus motivaciones y alberga una confianza en sí misma que le ayuda a crecer allí donde estén.
Después de haber estudiado a 500 compañías, el psicólogo Daniel Goleman concluyó que, independientemente del puesto que ocupan dentro de una compañía, las personas felices en sus puestos son aquellas que tienen una inteligencia emocional elevada, conciencia emocional, valoración adecuada de ellos mismos, automotivación, autocontrol y empatía.
No hacen falta más evidencias: es necesario que los Recursos Humanos se trabajen desde la inteligencia emocional y que lo hagan en todas las direcciones. De arriba abajo, de abajo arriba y entre compañeros del mismo rango. Por ejemplo, ocurre a menudo que la relación emocional entre un jefe y un empleado no es del todo constructiva, bien porque no hay confianza o bien porque hay demasiada confianza. Seguro que hemos visto mil veces comportamiento como los que siguen:
El jefe quiere algo que para sí mismo está muy claro, pero para el empleado no lo está. El empleado suele decir a todo que sí y el jefe se queda convencido de que el empleado lo tiene claro. Sin embargo, cuando no sucede lo que esperaba, vienen los problemas y a veces las broncas, donde el jefe se desahoga, el empleado calla y vuelta a empezar. En ese tipo de “relaciones dependientes”, ni el jefe avanza, ni el empleado crece. El jefe echa la culpa de sus males al empleado y el empleado echa la culpa a su jefe. Es un círculo vicioso que nadie rompe.
Entonces, por concluir, ¿cómo se puede desde la Inteligencia Emocional trabajar las emociones de un equipo para que éste no tropiece? La solución pasa por una toma de conciencia del modo en el que se relacionan, enseñarles, acompañarles en el proceso de relación y de comunicación. Para unos y otros, jefes y empleados, es básico que aprendan a comunicar claramente sin juzgar, que confirmen que la otra persona ha comprendido el mensaje y que se consensuen las directrices.
Mensajes claros, escucha, comprensión, respeto, amabilidad y consenso. Con esta receta basada en los fundamentos de la inteligencia emocional, los éxitos de una compañía y de su departamento de Recursos Humanos llegarán solos.
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