Cuando escucho a los nuevos gobernantes anunciar que van a derogar la Reforma Laboral de 2012 me pregunto si saben de lo que están hablando o es un mero comentario demagógico cara a su electorado.
La reforma de febrero de 2012 ya está derogada.
Al menos, los elementos más importantes que supusieron una verdadera revolución en el derecho laboral de España ya están descafeinados si no desarbolados.
La Reforma se basó en tres pilares fundamentales: la primacía de la negociación de ámbito reducido frente a los macro convenios sectoriales; la idea de que un convenio debía terminar y no perpetuarse eternamente por la ultraactividad y las llamadas medidas de “flexi seguridad” que se vendieron como la entrada de nuestro derecho social en la modernidad europea.
De todo ello, quizás el primero es el único punto que sigue vigente, si bien en la práctica no se ha aplicado en exceso. Es verdad que el convenio de empresa sigue teniendo una cierta prevalencia al sectorial, en materias reducidas a la mínima expresión, pero prevalencia al fin y al cabo. Pero también es un hecho que contadísimas empresas se han dotado de un convenio propio para eludir la aplicación de los convenios sectoriales. Según datos de la CEOE los convenios negociados a 2018 afectan a 717.791 empresas y 5.749.114 trabajadores de los que el 54,24% son cubiertos por convenios de ámbito sectorial y solo el 9.78% son convenios de empresa. Si el Gobierno quiere quitar esta posibilidad, el impacto sobre la negociación colectiva será más estética que real.
Respecto a la ultraactividad sufrió el fuego cruzado, primero de la Audiencia Nacional que hizo empeño en desmantelar lo que la Reforma contemplaba en este apartado, y luego del Tribunal Supremo que remató la idea con aquello de, salvo que se proveyese expresamente en el propio texto del convenio, era imposible que un convenio dejara de tener vigencia y perdiera su aplicabilidad por el mero transcurso del tiempo. Total que, otra vez, convenios eternos que se van prorrogando tácitamente de año en año hasta que los sindicatos estimen que se pueden mejorar y se avengan a negociar un nuevo convenio.
Sobre las medidas para flexibilizar el mercado de trabajo, que fueron parte esencial de la recuperación de empleo una vez que los empresarios perdieron el “miedo” a contratar por unos despidos hieráticos y carísimos que se movían hacia la eliminación de barreras y el abaratamiento de las indemnizaciones (aunque yo tengo mis dudas de si introducir de nuevo los despidos nulos por defectos de forma fue una buena cosa), quien nos hizo un verdadero afeitado de pelo fue Europa. Primero con la conocida doctrina Diego Porras y la obligación de indemnizar en paridad con los despidos objetivos a quienes tienen un contrato eventual, que los más admiradores de la teoría quisieron rápidamente identificar con el llamado •Contrato Único” y luego con una serie de sentencias que inciden desde la tramitación de los despidos colectivos a la organización sanitaria nacional. La fruición de preguntar al Tribunal Europeo vía cuestión pejudicial de nuestros jueces, ha sido la manera que los magistrados progresistas han encontrado de bombardear la Reforma Laboral eludiendo a los políticos que la dictaron y a un reacio (por conservador) Tribunal Supremo. Luxemburgo, que no siempre se entera bien de cómo funciona este país, se ha liado a decir lo mal que lo hace la política laboral de España y ya ha tenido que corregir sus propias afirmaciones ante la evidencia de que no era tan malo como se lo habían pintado (claro, que los mismos jueces de clara tendencia progresista extrema, ya se han encargado de buscar la “puerta atrás” de la propia corrección del TJUE).
En definitiva, lo que les decía, si el nuevo Gobierno Socialista se cree que ha de reformar la Reforma, poca chicha le va a quedar en la que hincar el diente.
Tengo para mí, tras un largo servicio en los juzgados y tribunales laborales de España, que la Reforma de 2012 intentó conectar con la mentalidad del inversor y del empresario que crea empleo para tapar el agujero más gordo que entonces (y ahora, para que nos vamos a engañar con espejismos catalanes) teníamos que era el paro. Lo hizo con más o menos acierto (“errare humanumest”) pero con una intención clara. Los sindicatos perdían y empezaron a movilizar su (muy) potente maquinaria de contestación y cambios judiciales. Y creo que consiguieron “cargarse” si no toda la Reforma Laboral, lo más sustanciosa de ella. Criticarán que se crea empleo precario, aunque empleo al fin y al cabo. No se resignarán a perder poder negociador, en parte porque esa es su propia esencia. No les gustará que España siga siendo uno de los países de Europa donde es más difícil (y caro) despedir, porque ellos querrían volver al edén del “cuasi funcionariado” que el régimen franquista les regaló al grito del pleno empleo. No estarán de acuerdo con que la máxima revolución en materia legal laboral la haya hecho un gobierno de derechas, cuando es sabido que los gobiernos de izquierdas son nefastos en la gestión económica y del empleo. Pero lo que seguro que en su fuero interno estarán contentos, es en lo vapuleada y dolorida que han dejado la Reforma de 2012.
Y que no me vengan con cuentas de que hay que recuperar el Estado del Bienestar, el poder adquisitivo de los sueldos y la seguridad en el empleo, porque de otra crisis como la que pasamos no nos salva ni el potito…
Aunque sea de derechas….
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