Desde hace unos años la palabra “coaching” se ha hecho más familiar para la gente de la calle y detectamos, pasados los momentos más duros de la crisis económica, que cada vez lo servicios de asesoramiento a ejecutivos son más habituales, o al menos vuelven a ser más numerosos. Sin embargo, hay algo que no ha cambiado, y es la resistencia que los altos directivos, los líderes, muestran a este tipo de apoyo. A día de hoy todavía son las empresas, principalmente grandes corporaciones, las que solicitan una orientación para aplicar la inteligencia emocional a sus empleados, con la que aprender a relacionarse con el resto, a tolerar las presiones y frustraciones del entorno; y a cumplir los objetivos marcados potenciando las propias habilidades.
Son las organizaciones – sobre todo privadas- las que dan el paso a este tipo de formación, apostando por ella, y en muy pocos casos vemos al propio directivo tomar la iniciativa. Su frase es el “yo no lo necesito”. Pero a lo largo de nuestra larguísima trayectoria no hemos parado de ver a líderes colapsados por el estrés, que hace tiempo dejaron de estar motivados y que sencillamente siguen en su puesto de trabajo por el dinero, por imagen y el poder que otorga su estatus. Y estas situaciones obviamente repercuten en la organización y también en la productividad. Recordemos que una de las habilidades que debe tener todo aquel que está en la cumbre de una empresa: la capacidad de influencia.
Es fácil dilucidar cuál es la influencia que proyecta un ejecutivo al resto de personas de una empresa si está “quemado” o más preocupado por sus problemas personales. En estas situaciones, acaba mandando el ego, el inconsciente, los automatismos en las relaciones con el otro. El coaching, la relaciones humanas inteligentes, pasan por hacer ver a las personas cuáles son sus puntos fuertes y débiles, cuáles son aquellos problemas detectados en el puesto de trabajo y visibilizar si son reales o una percepción propia resultado de una mala gestión de las emociones. Si un líder está conectado a sus miedos, los retos dejan de ser retos. Es entonces cuando el miedo es el que tiene el poder yla capacidad de bloquear la motivación para alcanzar los objetivos. Por ello se ha de saber canalizar los miedos y superarlos de forma constructiva. El miedo, el estrés, son respuestas naturales y necesarias que hay que saber administrar.
Caso aparte merecen las PYMES o autónomos. Pocas de ellas colocan la inteligencia emocional y el coaching en su listado de inversiones y necesidades, sin saber, que precisamente es en estos casos en los que los resultados se producen de forma más rápida, debido al tamaño de la empresa y el contacto directo entre empleados.
En definitiva, en los tiempos que corren de mayor competencia económica global, en la era de la especialización y el talento, también la inteligencia emocional es un valor añadido con el que destacar, ser más eficiente y saber enfrentarse a retos que en un principio pueden dar vértigo.
Los comentarios están cerrados.