Lamento confirmaros que Sí, que tendemos a ser pesimistas desde el nacimiento. Aceptar esta realidad, nos ayudará a tomar conciencia del esfuerzo que nos supone, mantener nuestros pensamientos negativos a raya y no dejarnos arrastrar por la espiral del pesimismo, que de forma natural intenta sabotearnos.
Se calcula que nuestra mente, genera en torno a 60.000 pensamientos al día, de los cuales la inmensa mayoría son repetitivos y negativos. Este elevado volumen tiene su explicación desde un punto de vista adaptativo y de supervivencia, ya que, durante miles de años, nuestra tendencia a “ponernos en lo peor” nos ha ayudado a prevenir y reaccionar ante situaciones de peligro.
Está demostrado científicamente, que los pensamientos negativos activan zonas cerebrales relacionadas con la ansiedad y la depresión. Ante una situación percibida como amenazante, liberamos hormonas relacionadas con el estrés, como la adrenalina. La activación cerebral ante sucesos negativos, es mucho más intensa que cuando experimentamos emociones positivas, esto puede ayudarnos a entender el porqué, cuando recibimos las encuestas de calidad de nuestros clientes o cualquier tipo de feedback, recordamos mucho más las opiniones negativas que las positivas, aunque éstas hayan sido más numerosas. Nuestros pensamientos positivos calman la actividad en esas zonas cerebrales, aunque éstos tienen un efecto menos duradero.
Afortunadamente, a pesar de este poderoso sesgo negativo, las personas tenemos la capacidad para elegir nuestra forma de pensar y modificar nuestros hábitos de pensamiento hacia otros que nos generan un mayor bienestar, eso sí manteniendo las dosis adecuadas de realismo. Ser optimista no significa ser un iluso o un inconsciente.
Martin Seligman padre de la Psicología positiva, considera que el estado ideal de las personas, es un optimismo realista, aprendido y positivo, que nos permite interpretar las adversidades como un desafío pasajero. A través del optimismo aprendido, podremos identificar que pensamientos están detrás de nuestras interpretaciones de los acontecimientos pasados y de los presentes, así como establecer expectativas futuras basadas en nuestra percepción de autoeficacia y gestionar eficazmente la frustración de no conseguir nuestras metas.
En el ámbito laboral, la necesidad de desarrollar y potenciar determinadas fortalezas como el optimismo, se convierte en una prioridad para aquellas empresas que apuesten por el bienestar. A los más que evidentes beneficios sobre la salud de los empleados, tenemos, que añadir importantes impactos organizativos derivados de tener un capital humano que adopta una actitud optimista, ante los constantes retos del trabajo, utilizando estrategias más creativas, flexibles, y constructivas en la resolución de problemas y en la toma de decisiones.
Desarrollar el optimismo es una apuesta segura, a la hora de potenciar nuestro nivel de bienestar y el de todo nuestro entorno.
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