A raíz de la revolución de la Transformación Digital, resulta imprescindible que todas aquellas personas que componen las organizaciones posean la formación adecuada para hacer frente a todos los cambios que se producen continuamente en su entorno. Ahora más que nunca, invertir en los empleados es una apuesta cargada de futuro y sentido común. Cuando la formación cuenta con el impulso de la Dirección General y de Recursos Humanos, además del convencimiento de su utilidad por parte del cuadro de mandos y del resto de colaboradores, se convierte en una herramienta de gran utilidad para las compañías.
En un contexto de economía digital, a la hora de ser competitivos, es fundamental que tanto las empresas como sus profesionales sean conscientes de sus necesidades formativas de cara a resolver adecuadamente aquellos momentos clave que puedan aparecer en el futuro. Saber escoger aquellos programas que mejor se ajusten a su realidad diaria, será otro factor de vital importancia en esta compleja cadena. Desde esta perspectiva, elegir al profesional capaz de impartir la formación con mayores garantías de logro, será uno de los elementos decisivos en la consecución del tan esperado éxito.
El perfil del formador debe ser coherente con múltiples variables que conviene tener en cuenta: contenidos, objetivos, metodología, colectivos receptores de la formación, complejidad del programa, idiosincrasia y experiencia de los participantes, etcétera… Así pues, a pesar de encontrarnos en el epicentro de lo que algunas voces denominan la Cuarta Revolución Industrial, existe una serie de competencias atemporales siempre bien valoradas y recomendables en cualquier formador profesional. Algunas de ellas poseen una condición nuclear y otras más axial pero, en cualquier caso, su concurso facilitará tanto el aprendizaje como la valencia positiva de la experiencia. Estas son las competencias claves que conviene tener en cuenta en un formador profesional:
Autoestima: Como en los demás ámbitos de la vida, el punto de partida es siempre una relación adecuada, de signo positivo, con uno mismo. Tener un sólido autoconcepto (lo que pensamos acerca de nosotros) unido a una sana autoestima (cómo nos sentimos en relación a nuestra persona) representa un aspecto crucial para todos aquellos que trabajan de cara a otras personas. Sentirse a gusto con uno mismo, confiando en las capacidades individuales propias y en el valor de aquello que se comparte con la audiencia, es una de las vías regias para convencer y llegar al corazón de las personas.
Habilidades de comunicación: Si algo hemos aprendido del Postmodernismo ha sido a justipreciar no sólo el fondo de las cosas sino también la importancia de la forma. Llegar a las personas con un lenguaje sencillo y atractivo, movilizando sus emociones, procura una impronta más duradera además de una asimilación más eficiente de los contenidos. En este sentido es esencial comprender la estrecha relación que existe entre la manera en que nos comunicamos y la motivación humana.
Experto en la materia: A estas alturas, es evidente que únicamente con la preparación teórica y académica resulta insuficiente. Actualmente en formación, se valora cada vez más la figura del Practitioner. Ésta se define por su orientación a la práctica y un extenso bagaje demostrable en sus áreas de expertise. Una vez más, el ejemplo es el medio más poderoso para influir en los distintos interlocutores.
Orientado a las personas: La dimensión filantrópica del formador convierte en prioridad el desarrollo de las personas por encima de todo. Pocas cosas existen más gratificantes que ayudar a los demás en su progreso personal y profesional. Esta competencia, unida a la flexibilidad, permite adquirir una visión ampliada de la realidad y mejorar la capacidad para reconducir las sesiones en función de las necesidades del grupo.
Humildad y capacidad de autocrítica: Conviene recordar que la relación formador-alumno posee una naturaleza asimétrica. Por este motivo, y para evitar una pérdida de perspectiva por parte del primero, la humildad se convierte en un argumento central a la hora de poner en valor la aportación espontánea de cualquier participante. La capacidad de autocrítica es la Rosa de los Vientos de cualquier docente que quiera perfeccionar y enriquecer sus enseñanzas.
Autorregulación emocional: A lo largo de su trayectoria profesional, un formador puede llegar a verse cuestionado en muchas ocasiones. Ningún programa formativo está exento de que puedan surgir ciertas complicaciones en este sentido, máxime si éste va dirigido a colectivos expertos. Conservar el equilibrio emocional en los momentos adversos, además de mostrar cierta resiliencia a la larga, es sinónimo de profesionalidad y empatía.
Innovación y creatividad: En plena era de la transformación digital de las empresas, la capacidad para innovar y crear es uno de los aspectos diferenciales que marcan la sostenibilidad futura de gran parte de las organizaciones. Igual sucede con los programas formativos. La habilidad para concebir nuevas dinámicas y metodologías combinadas con contenidos atractivos y novedosos, revierten en una mejor valoración de los programas y traslada interés por los profesionales. Conocer las posibilidades que ofrece la vertiente blended amplía las fronteras de la formación permitiendo llegar a un mayor número de personas de forma cómoda con ahorro de tiempo y esfuerzo para el participante.
Reunir estas competencias y obtener un desarrollo óptimo de las mismas, no solo serán clave para que el formador sea capaz de transmitir la formación adecuada para hacer frente a los cambios en el entorno profesional sino que, además, serán la llave para que su organización logre el éxito empresarial.
Los comentarios están cerrados.