Hace tan solo unos años quienes cuidaban su alimentación eran: los que querían perder peso, los que tenían alergias alimentarias y los que sufrían problemas gastrointestinales. Si te preocupaba lo que comías y no pertenecías a ninguna de estas categorías, entonces -¡estaba claro!- formabas parte de otro grupo: eras un auténtico friki.
Hoy, afortunadamente, no es así.
Claro que si comes bien controlas tu peso, mejoras tu salud intestinal y estás más guapo. Y cada día se descubren más enfermedades relacionadas con los hábitos de vida y susceptibles de mejorar con una dieta adecuada. Pero también cada día más personas sanas cuidan lo que comen porque saben que eso ayuda a toda su salud, su bienestar, su manera de pensar y de relacionarse, su manera de estar en el mundo. Y hasta de ganar dinero.
Comer bien no es contar calorías, o sufrir, o alimentarse a base de lechuga iceberg y pollo plancha… Nuestro aparato digestivo y el conjunto de nuestros genes evolucionaron a lo largo de miles de años, adaptándose a los alimentos que ingeríamos. Por eso lo más adecuado es seguir esos hábitos que nos permitieron medrar y llegar a lo que somos hoy en día, comiendo lo más apropiado según nuestra naturaleza y condición.
Es tan sencillo como elegir el combustible adecuado para nuestro vehículo: no es lo mismo un todoterreno que un utilitario o un coche deportivo, o conducir por el monte o por la ciudad, o llevar un coche nuevo o uno viejo. Si echamos un combustible que no le corresponde, el vehículo no podrá correr, no marchará bien y aparecerán averías.
Pues exactamente lo mismo ocurre con nosotros. Deberíamos darnos el combustible indicado para el vehículo que es nuestro organismo. Mas aún, pues somos algo mucho más complejo que una máquina, mucho más que la suma de un conjunto de piezas y todo en nosotros está interrelacionado.
Y aquí, en este organismo complejo que es el cuerpo humano el combustible que consumimos, la Nutrición, constituye uno de los pilares fundamentales de nuestra salud. Una herramienta a nuestro alcance directo -comemos todos los días, varias veces al día- para sacar lo mejor de nosotros mismos.
¿Qué valor tiene todo esto en la empresa?
Es muy sencillo: un trabajador sano rinde más, una empresa sana gana más. Pero va aún más allá.
Dedicar recursos a un programa de Empresa Saludable no es un gasto, es una inversión. Una inversión en rendimiento y productividad. Hay muchos datos que demuestran que las empresas que promueven y protegen la salud de sus empleados se encuentran entre las más exitosas y competitivas a largo plazo.
Según el “Informe de trabajadores sanos en empresas saludables” de la Unión Europea, cada euro invertido en programas de promoción de la salud en el trabajo genera un retorno de la inversión de casi 5 euros en reducción del absentismo laboral y casi 6 euros en reducción de gastos por enfermedad, reduce costes en seguros sociales al reducir los gastos sanitarios por incapacidad temporal o permanente hasta un 26 % y reduce el presentismo (ese estar de cuerpo presente y poco más; es decir, acudir al trabajo enfermo o no rendir cuando se está sano).
En la americana GlaxoSmithkline, 3 años después de la implementación de su programa de Empresa Saludable, la media de ahorro anual en gastos sanitarios por empleado era de 777 dólares y el ahorro total que se logró con el conjunto de los participantes (1.275 personas) fue de 1 millón de dólares anuales.
En el proveedor de productos para agricultura y química Dow Chemical los costes médicos de los participantes se redujeron entre un 15 y un 21 % y se redujo la tasa de accidentes de 2,57 a 0,05 por 200.000 horas trabajadas en 9 años (de 1995 a 2004).
Un programa de Empresa Saludable tiene también un impacto positivo en la productividad. Aparte de los beneficios inherentes a la práctica de hábitos de vida saludables, mejora el clima laboral, potencia el compromiso, la fidelidad y la implicación de los empleados en los objetivos de la empresa y mejora la ventaja competitiva. Un programa de Empresa Saludable la hace diferente, única y mejora su imagen pública de cara a clientes potenciales.
Si bien la responsabilidad final es individual (de cada persona, cada empleado) el papel de la empresa saludable es promover ese cambio de actitud en los empleados, motivándoles a mejorar su estado de salud y creando el entorno adecuado para que puedan conseguirlo.
En cuanto a la alimentación y los hábitos de vida saludables en la empresa, no será suficiente con que la empresa ofrezca un menú sano o un bono de descuento para el gimnasio. Para llegar a adquirir hábitos saludables es fundamental aportar información y formación, en forma de seminarios, cursos, talleres, documentación gráfica, etc. Propiciar el cambio individual que queremos ver en el mundo.
Un empleado sano es un empleado feliz. Y constituida por empleados felices, una empresa sana brilla con luz propia.
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