El pasado 7 de noviembre se celebró en Marrakech la 22ª Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La conferencia intentará ampliar la aceptación mundial de la anterior, la de París en noviembre de 2015, y trasladar la misma corriente de aceptación y compromisos concretos a los países en vías de desarrollo.
Hace un año, cuando estaba a punto de comenzar la cumbre parisina, escribí un artículo donde destacaba que el inusitado calor en la mayor parte de España nos hacía recibir la conferencia en mangas de camisa. Ahora, un año después, volvemos a tener una parecida ola de calor, ya no tan inusitada, y salvo las ya habituales lluvias del doce de octubre, la temporada de baños en buena parte del país parece haberse extendido sin mucho problema hasta la primera semana de noviembre.
El pasado septiembre marcó las mayores temperaturas históricas registradas ese mes en España y Portugal desde que comenzaron los registros meteorológicos. De seguir así las cosas, en la península quizá el cambio climático nos permitirá bañarnos más días, pero también nos hará usar el paraguas la mitad de veces y situará a medio país al borde de la aridez. El riesgo español ante el cambio climático es uno de los más expuestos de todo el mundo, lo que nos hizo ser uno de los países más convencidos, y convincentes, para conseguir que la Conferencia de París, la COP 21, fuese un éxito.
Está ya generalmente aceptado que el de París fue el primer acuerdo mundial vinculante para revertir el cambio climático. A medio plazo, su objetivo es que el aumento de la temperatura media mundial no supere el grado y medio centígrado respecto a los niveles preindustriales, así como conseguir la reducción de las emisiones globales, empleando para ello los mejores criterios científicos disponibles en cada momento.
Desde la clausura de París hasta la inauguración de Marrakech el próximo 7 de noviembre, ha habido muchos y muy importantes avances. Por ejemplo, España fue de los primeros países en adherirse al primer Pacto sobre agua y cambio climático, suscrito en la cumbre francesa y que está suponiendo un avance significativo hacia la gestión sostenible de las políticas públicas de agua.
Las sesiones de Marrakech se han fijado como objetivos prioritarios concretar las políticas nacionales para revertir el cambio climático, y a la vez impulsarlas en los países en vías de desarrollo, especialmente respecto al uso de energías renovables. Se espera quizá un acuerdo mundial para reducir la emisión de gases de efecto invernadero a partir de 2020, y ese sería un prometedor paso adelante hacia ese compromiso mundial obligado con el clima.
En el caso de España, esa esperanza va a ser doble. París ya fue un importante impulsor del tercer Programa de Trabajo del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático, iniciado en nuestro país en 2014 y que concluye en 2020. A través de él, el Ministerio de Medio Ambiente viene solicitando el compromiso de las empresas para dar visibilidad a la reducción de la huella de carbono hasta donde sea posible. El propio Plan Nacional busca promover acciones de intercambio de información entre el sector público y las empresas privadas que permitan a estas mejorar su resiliencia frente al cambio climático.
En definitiva, las empresas debemos desempeñar un papel protagonista a la hora de aterrizar y trasladar a la práctica tanto los acuerdos de París como los próximos de Marrakech. Por citarles el caso de Calidad Pascual, ya tenemos plenamente operativo un acuerdo con EDF Fenice, para optimizar nuestro uso de energía en nuestros complejos de Aranda de Duero y Gurb. El 99% de la energía que utilizamos procede de fuentes de energía renovable y desde 2010 hemos logrado reducir considerablemente el consumo de agua (21,98%), energía eléctrica (21,29%) y energía primaria (16,36%).
Seguimos colaborando también en la iniciativa Un millón por el clima, que busca alcanzar otros tantos compromisos compartidos entre las empresas participantes. Nos marcamos reducir una quinta parte de las emisiones de nuestros vehículos (equivalentes a 30.000 toneladas de dióxido de carbono), y otra quinta parte el peso de nuestros envases y nuestro consumo energético y de agua, y nos vamos acercando a ambos objetivos. Son logros modestos, pero certifican que en compromiso climático, igual que en otros muchos ámbitos de responsabilidad social corporativa, dar el primer paso siempre suele ser lo más difícil. Esperemos que en Marrakech ocurra igual, y que a su conclusión todos podamos avanzar mucho más deprisa en la reversión del cambio climático.
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