Suiza es un país pequeño. No tiene recursos mineros, ni grandes yacimientos de gas o petróleo y su flota pesquera no se encuentra precisamente entre las más dotadas del mundo. Viven al margen de la Europa “unida” y padecen la peor orografía posible para la agricultura y las comunicaciones. No hay muchos suizos famosos, sus equipos no han ganado ningún campeonato importante de fútbol y su contribución a la cultura universal es limitada comparativamente.
Pero vistos de cerca, parece claro que todo esto a los suizos les da un poco igual. Sus vecinos austríacos se les parecen bastante y, aunque menos aislados, comparten con aquellos un mínimo afán de protagonismo y un escaso interés por dar lecciones a nadie. Pero podrían darlas: La tasa de paro de ambos países es del 3 y del 5 por ciento, respectivamente, y su crecimiento económico sostenido asegura a sus ciudadanos una protección social envidiable. Pasan desapercibidos en el baile de las grandes potencias pero todo el mundo se admira de cómo lo hacen para tener tantos amigos y para vivir tan bien.
Curioseando en la biblioteca de la École de Construction del cantón de Vaud me encontré con el libro de un tal Jean Marie Gogue, cuyo título me dio una respuesta contundente a todo lo que yo me preguntaba sobre estos países desde que la amiga de Heidi se levantó de la silla ante media España: Qualité et productivité, mème combat: Améliorer la qualité, réduire les coûts, conquérir les marchés, créer des emplois (Calidad y productividad: mejorar la calidad, reducir los costes, conquistar los mercados, crear empleos). Toma ya.
Dicho de otro modo, no pudiendo competir en términos de “cantidad”, estos países desarrollaron una Economía productiva basada en la calidad y la excelencia de los procesos, productos y servicios. Si queremos decir que algo funciona con más precisión que un reloj, le añadimos “…suizo” y esa estrella en el paseo de la fama solo se consigue inoculando la excelencia en la base misma del sistema económico y social.
¿Cómo lo hacen? En mi opinión, actuando sobre el primer elemento constituyente de una fuerza laboral cualificada: la educación. En Suiza, el 70% de los jóvenes elige la Formación Profesional al terminar la enseñanza obligatoria y puede que esto tenga mucho que ver con la permeabilidad de su sistema educativo, en el que esa elección no supone un callejón sin salida hacia otras opciones (en algunos programas, casi un tercio de los que terminan la FP llegan a la Universidad).
Sin embargo, su inmersión en el sistema productivo comienza metiendo un pie en el agua a edad aún más temprana: en su octavo y noveno años escolares todos los alumnos de la enseñanza obligatoria reciben una precisa orientación sobre la FP dual, que comprende sesiones informativas y visitas a las empresas. Ese proceso comprende asimismo estancias prácticas de hasta tres días en una empresa de su elección donde, con la supervisión y el equipamiento adecuados, esos chavales de catorce años manejan las herramientas, tocan los materiales y conocen las condiciones ambientales de los oficios.
El reclutamiento de los trabajadores aprendices que ingresarán en la FP dual comenzará unos meses más tarde con una candidatura del alumno interesado a la que se acompaña el informe de evaluación de su estancia en la empresa. El candidato será llamado a una entrevista con el responsable de RRHH y, si supera la selección, a una segunda entrevista (acompañado esta vez de sus padres) donde al elegido se le planteará una oferta de contrato de trabajo (Promesse de place d´apprentissage) con cuya firma finaliza el proceso.
Habitualmente, los dos criterios de mayor peso en la selección de los aprendices son las notas obtenidas en la enseñanza obligatoria y el informe de evaluación de la estancia aunque también se consideran el dossier de candidatura, el análisis de aptitud “multicheck junior” y el resultado de la primera entrevista. Una vez contratado (que no “becado”) el aprendizaje y la evaluación acompañará al alumno hasta la obtención de su título de FP cuatro años después y en ese tiempo recibirá formación in situ sobre los procesos, productos y servicios de sus empresas, formación teórica en las respectivas escuelas vocacionales uno o dos días a la semana y cursos interempresariales durante cincuenta días. Al final, habrá obtenido unas cualificaciones específicas y valiosas y habrá aportado además un importante valor a su empresa con su trabajo diario desde lo más básico hasta lo que será propio de su oficio.
Más allá de la admiración que despierta el sistema de formación dual, en tanto que se integra ajustadamente en el sistema productivo de los países donde se desarrolla, hay otros hallazgos en este sistema que me interesa destacar por su relación con la captación del talento. El más revelador es que los ciudadanos de los países en que predomina la FP dual se acostumbran pronto a tomar decisiones sobre su vida profesional y a ser evaluados en sus aptitudes en función de esa elección. Consideran que formarse y ser evaluado es algo normal y, consecuentemente, asumen que estar en la sociedad implica estar siempre preparado.
Otro hito sociocultural de estos países es el adelanto del proceso de selección de RRHH al momento en que lo que realmente importa es la detección de las habilidades transversales, de la habilidades “blandas”: en el momento de la elección de los aprendices lo que interesa conocer es su capacidad adaptativa y su interés por el aprendizaje, por el trabajo en equipo y por la innovación. Por otra parte, la inserción laboral de los aprendices es muy alta (casi todos los que desean incorporarse a las plantillas al finalizar su FP serán admitidos en las empresas formadoras, sus subsidiarias o sus proveedoras) y su tasa de abandono durante el aprendizaje no llega al 1%. Esta alta perseverancia no solo simplifica enormemente los procesos selectivos en las empresas sino que permite además contar con una fuerza laboral cualificada que trae incorporados “de serie” los valores de la empresa y su cultura organizativa.
Los usos de captación temprana del talento tienen mucho que ver con el prestigio que en esos países europeos sus sociedades atribuyen a la FP. En Austria, más de un tercio de las grandes empresas son dirigidas por egresados de la FP y en Suiza, que cuenta entre sus presidentes federales con un titulado de FP, la sociedad aprecia y retribuye al profesorado al nivel de su consideración como función crítica para el mantenimiento de su Estado de Bienestar. El modelo alemán es bien conocido y estos a su vez admiran la evolución del sistema dual escandinavo como modelo de referencia.
Parece que el futuro pasa por la alternancia del trabajo y la educación porque el aula por sí misma ya no es suficiente y parece también que la captación y la orientación del talento se convertirán en procesos tempranos, complementarios y poliédricos que, manteniendo el objetivo concreto de dar a cada Economía lo que necesita, actuarán sobre cada persona hasta el final de su vida laboral. ¿Determinismo a ultranza? ¿Alienación y distopía? En Suiza se vive muy bien; no será para tanto.
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