Jefe versus líder. Hace ya bastante tiempo en el que los foros de gestión empresarial se han empezado a detener en uno y en otro concepto, comparándolos, confrontándolos y analizando su convivencia. Actualmente podemos decir que es un debate que parece encauzado en una misma dirección. El futuro es del Líder y el jefe forma parte del pasado, de algo que debe quedar atrás. Ya son pocos los que dudan de las ventajas de gestionar liderando en vez de gestionar desde el peso de la autoridad. Y la mayor parte de los convencidos de las ventajas del líder saben cuales son las cualidades que deben conformar esta figura. Sin embargo, la realidad empresarial nos muestra un panorama radicalmente distinto, en el que los jefes siguen siendo una mayoría abrumadora.
¿Qué es lo que falla? ¿Por qué no somos capaces de pasar de la teoría a la práctica? Antes de responder a esa pregunta, convendría repasar alguno de esos rasgos diferenciales entre jefe y líder. Uno de los más determinantes es que mientras que la autoridad es algo que el jefe toma y ejerce sin necesitar del permiso de los subordinados, el liderazgo es algo que tiene que recibir de sus seguidores. Sólo puedo liderar cuando son los demás quienes deciden seguirme. En cuanto a los rasgos del líder, el manual indica que debe ser ejemplar, transparente, empático y honrado. Que sabe generar credibilidad y confianza, es capaz de escuchar, tomar decisiones y conjugar los objetivos de la compañía con el crecimiento de su equipo.
¿Y si tenemos tan claro todo eso? ¿Por qué no hay más gente que logra dar ese paso de jefe a líder? No es por falta de interés ni porque esos intentos no sean honestos. Muchos son los que lo intentan y hasta los que consiguen progresos significativos que les hacen pensar que van por el buen camino. Sin embargo, buena parte de esos voluntariosos aspirantes a líder hacen aguas en el momento en que de verdad el liderazgo es puesto a prueba: cuando surgen las adversidades. En esos instantes de dificultad sus valores se tambalean, no son lo bastante fuertes y, de repente, surge el jefe que llevan dentro. De un plumazo, sin apenas darse cuenta, han vuelto a la casilla de salida.
Es algo muy frustrante para quien lo sufre. ¿Pero por qué fracasan? La respuesta en sencilla y dura a la vez. Porque ser líder es muy difícil. Ser líder es un camino empinado, un camino de servicio. Supone dar mucho y recibir poco. El poder, la foto y el reconocimiento público, son aspiraciones del jefe. El auténtico líder no busca nada de esto a cambio de su servicio.
A esto hay que añadir que partimos de un marco que dificulta aún más las cosas. Nuestro tejido empresarial se mueve en un clima de crisis permanente. Mejora continua, reciclaje constante, adaptación a un cambio que nunca cesa… nuestras empresas viven instaladas en la transformación y con una continua sensación de urgencia en el cuerpo. Extremar la eficiencia y optimizar, esas dos grandes premisas de la gestión empresarial, hacen que la organización viva al límite. Con el foco en el corto plazo y olvidando que hay cosas que solo se pueden construir en el medio y largo plazo.
Es en este contexto, dominado por las dificultades, la prisa y el ruido, en el que ese líder que queremos ser se volatiliza y se convierte en jefe salvaje. ¿Por qué esa súbita transformación de Jekyll a Hyde? Muchas veces la razón la encontramos en que esa persona se encuentra atrapada en emociones que ni siquiera es consciente de tener. El miedo, ingrediente necesario en cualquier historia de terror que se precie, es la principal. El miedo y la presión ante la adversidad, que hace aflorar el ego, la desconfianza o la falta de empatía. Cuando los valores del líder no son sólidos, el liderazgo hace aguas.
En oposición, el verdadero líder es consistente, ha trabajado profundamente su ego y cuando vienen mal dadas, mantiene firmes tanto su escala de valores como sus lealtades. ¿Cómo llega hasta ese estado? A través de la introspección. Cualquier persona que pretenda liderar un equipo de personas debería hacer un profundo ejercicio de autoconocimiento. La clave del líder es intentar llegar a descubrir cuáles son sus necesidades y aprender a gestionarlas. Entrar en contacto con esas emociones para reconocerlas y no dejar que interfieran en sus relaciones con sus colaboradores. Un camino que también permite al líder hacerse responsable de sus actos y no echar balones fuera.
Otra clave es la aceptación de uno mismo. El reconocimiento de lo que uno es. La introspección y el autoconocimiento permiten a líder aceptarse de un modo completo, incluyendo sus defectos. Esta aceptación le faculta para cometer errores y recocerlos con naturalidad sin necesidad de buscar culpables fuera, dejando así la puerta abierta al aprendizaje. Y si es capaz de hacerlo con él mismo, será capaz de hacerlo también con los de sus colaboradores.
En definitiva, el camino del liderazgo es un camino empinado que no es posible recorrer sin un elevado conocimiento de uno mismo, de nuestras cualidades, de las áreas de mejora, de nuestros límites y de los valores profundos que nos mueven.
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