Doroteo era orondo, todo barriga, sonrisa con algo de suficiencia y una institución en las Magistraturas de Trabajo. Tenía su leyenda negra sobre sentencias citadas como apoyo a su tesis e inventadas (un ilustre magistrado se lo afeó en un fundamento de derecho) y sobre papeles que se le caían cuando le daban traslado de la prueba. O que tenía más expedientes abiertos por deontología profesional que cualquier otro. Mitos o realidades Doroteo estuvo en lo más alto de los laboralistas muchos años.
Doroteo era uno de los más eficaces abogados que han dado los juzgados de lo social de Madrid. Peleón, muy correoso, no cedía terreno y siempre, siempre, compañero.
Creo que esa es la primera palabra que me dirigió hace muchos años: “Compañero, cómo estás. Yo soy muy amigo de tu padre”. Y vecino de la calle Fernando el Católico, llamada en tiempos la “rivera de los abogados” por coincidir ilustres togados como Marcos García Montes, Vizcaíno Casas, Suarez de la Dehesa, Pedro Vallés, Miguel Fitera y el ínclito Doroteo. Uno de los grandes, de los clásicos, de los que nos abrieron paso a los que venimos después…
Llevaba tiempo fastidiado, aquejado de terribles dolores de espalda y de los achaques de un hombre mayor y baqueteado. Desaparecido de los juicios, hace mucho que dejó el testigo a sus hijos y a Elvira, esa eficaz abogada que vivía en Navacerrada y estaba en todas partes. Alguna que otra vez le pregunté a Paco, nuestro cancerbero de las togas en los juzgados, que había sido de Doroteo y la contestación “no sé nada”, era augurio del que el bueno de Doroteo seguía por ahí velando porque los laboralistas no perdiéramos las tradiciones del oficio.
Me lo ha tenido que decir el Maestro Sagardoy. Me ha dado la noticia hoy cuando he coincido con él en un restaurante, y que sepas Doroteo que ha dicho: “¿Sabes que se ha muerto Doro (así, en diminutivo)? Uno de los mejores, de los de toda la vida…”.
Si, Maestro, uno de los de toda la vida: vecino, buen amigo, un ejemplo de abogado trabajador y dedicado en cuerpo y alma a la defensa de sus clientes. Doroteo sería lo que fuera pero era, sobre todo, buena gente; al que me enseñaron a respetar e intentar superar como abogado (como persona era mucho más difícil) y a quien me costó ganar en sala. Era eficaz y muy, muy buen abogado.
En ese edificio hostil de Princesa, Doroteo ejerció poco. Mejor, disgustos que se ahorró. Él dejó su impronta en Martínez Campos, en Orense, en Hernani y en el corazón y recuerdo de todos los que le conocimos.
Doro, descansa en paz…
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