Hoy en día abundan por todas partes políticos, gobernantes, dirigentes, estadistas, burócratas, directivos, ejecutivos y gestores orientados a su propio interés, pero faltan por doquier verdaderos líderes conscientes al servicio del bien común de la sociedad. En el ámbito de las empresas, por ejemplo, la mayoría de empleados se queja de la relación tan deshumanizada que mantiene con sus superiores. Por más que estén cambiando los tiempos, se sigue hablando con demasiada frecuencia de “jefes autoritarios”. Si bien todos son distintos, comparten uno rasgos en común:
1. Creen en la jerarquía. Siguen pensando en términos de “superiores” e “inferiores”. De ahí que traten a las personas en función de su cargo profesional. Tienden a mostrar su mejor cara para con los de “arriba”, mientras que muestran su peor versión con los de “abajo”.
2. Están centrados en su carrera profesional. Les importa poco el impacto que tiene su trabajo sobre la sociedad. De hecho, muchos cambian de compañía por motivos económicos. Su objetivo es medrar en el escalafón empresarial, ostentando puestos de mayor reconocimiento, prestigio y remuneración.
3. Dan órdenes. Se creen que su principal función consiste en decirle a los miembros de su equipo lo que tienen que hacer, abusando de su poder. En general no escuchan las ideas de sus colaboradores ni tienen en cuenta otros puntos de vista que no sean los suyos.
4. Penalizan los errores. Debido a la presión a la que están sometidos para lograr unos resultados en el corto plazo, no toleran los fallos de sus colaboradores. En ocasiones echan broncas cuando las cosas no salen como esperaban, creando un ambiente laboral basado en el miedo a ser castigado.
5. Llevan máscara. Basan su identidad en el nombre del puesto que ostentan. Están tan obsesionados con la productividad que no tienen en cuenta la dimensión humana de sus colaboradores. No suelen hablar de lo que sienten ni permiten a los demás hacerlo.
6. Se atribuyen todo el mérito. Compiten con los miembros de su equipo. No soportan que alguno de sus colaboradores destaque más que ellos. Culpan a los demás cuando los resultados son mediocres y se ponen todas las medallas cuando cosechan algún éxito colectivo.
7. Son desconfiados y controladores. Dedican mucho tiempo a supervisar y corregir el trabajo realizado por sus colaboradores. No contemplan la opción de que las personas empleen las nuevas tecnologías para trabajar desde cualquier lugar, impidiéndoles gozar de autonomía y libertad. Son la principal causa de la desmotivación de sus equipos.
En el actual escenario macroeconómico, la principal fuente de riqueza de las empresas es su capital humano. Es decir, el talento, la creatividad, la pasión, la motivación y la inteligencia de las personas que trabajan en ellas. Más que nada porque es lo único que no puede copiarse, automatizarte ni digitalizarse ni tampoco deslocalizarse a países emergentes con mano de obra más barata.
Y dado que cada vez más funciones profesionales no requieren de rutinas laborales, en las empresas más vanguardistas ya no son necesarios los jefes autoritarios. Esencialmente porque a los colaboradores ya no se les paga por obedecer órdenes ni están sujetos a horarios rígidos. Ahora lo importante es que cumplan unos determinados objetivos. De ahí que dependan enteramente de su capacidad para pensar por sí mismos.
Como consecuencia directa, las compañías más progresistas están cambiando su funcionamiento interno, empezando por confiar en las personas a las que contratan. Simplemente procuran elegir a la gente adecuada. Es decir, profesionales con talento, comprometidos con el propósito de la compañía. Ya no hay que motivarlos a base de premios o castigos. Vienen motivados de casa. Y a menos que la función lo requiera, no se les obliga a estar presentes ocho horas al día en un mismo lugar físico. En el momento que la empresa siente que ha de controlar a alguno de sus colaboradores es que ha cometido un error al contratarle. Cuando la compañía aprende a fichar a gente con talento y responsable ya no necesita jerarquía ni control.
Al tener muy clara cuál es su aportación de valor, no importa dónde, cuándo y cómo el colaborador desempeñe su labor. Si lo prefieren, las personas pueden trabajar desde casa. Se acabaron las largas, aburridas y estresantes reuniones. La tendencia apunta a que los encuentros físicos se realizarán cuando sea estrictamente necesario. Así se reducirán notablemente las discusiones y demás conflictos emocionales, tan presentes en las relaciones laborales de hoy en día.
Para que esta nueva realidad empresarial se consolide los jefes autoritarios se han de transformar en líderes conscientes. Es decir, en personas que sepan quienes son y cuál es su verdadero propósito de vida, de manera que puedan desplegar todo su potencial al servicio del bien común de la sociedad. Así, todos los grandes líderes conscientes –como Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela o el Dalai Lama, por citar a los más conocidos–, comparten una serie de rasgos en común:
1. Cuestionan su sistema de creencias. Están abiertos al cambio, atreviéndose a cuestionar las creencias con las que fueron condicionados por su entorno social y familiar. Así es como desarrollan un pensamiento propio que les permite tomar decisiones movidas por su intuición.
2. Conocen su sombra. Están comprometidos con su propio autoconocimiento y autoliderazgo. Este viaje de introspección les permite comprender, aceptar e integrar su lado oscuro, transformando sus defectos en cualidades. De este modo se convierten en personas que irradian luz, facilitando que otros emprendan este mismo proceso.
3. Hacen lo que aman. Al conocerse a sí mismos, elijen un camino vocacional que les permita servir y aportar valor a otros seres humanos. Desprenden un entusiasmo, una pasión y un optimismo muy contagiosos. Disfrutan profundamente de lo que hacen.
4. Cuentan con visión y determinación. No permiten que los árboles les impidan ver el bosque. Tienen muy claro hacia donde van. Y este sentido de dirección les dota de una profunda convicción para superar cualquier obstáculo que surja por el camino.
5. Cultivan su inteligencia emocional. Saben relacionarse con empatía, respeto y asertividad. Tratan a sus colaboradores como estos necesitan ser tratados para que voluntariamente se comprometan con dar lo mejor de sí mismos. De este modo crean un agradable clima laboral marcado por la confianza.
6. Inspiran a través de su ejemplo. No esperan que las cosas cambien, sino que ellos mismos son el cambio que quieren ver en sus empresas. De hecho, son líderes no porque se atribuyan dicho título, sino porque otros les siguen. Se ganan su autoridad como consecuencia del servicio que prestan a la sociedad.
7. Desarrollan el potencial de sus colaboradores. Han descubierto que el conocimiento es lo que empodera a las personas, generando en el medio plazo la verdadera riqueza y abundancia que persiguen las empresas. De ahí que inviertan lo necesario para que sus equipos desplieguen todo el talento, la inteligencia y la creatividad que llevan dentro.
El quid de la cuestión es que este tipo de liderazgo no puede enseñarse. De hecho, no surge como consecuencia de cursar un Máster en Administración de Empresas (MBA). Más bien surge desde el interior de cada ser humano; es como una semilla que todos llevamos dentro. Para que florezca solo hay un camino: la transformación personal. Y es que no podemos convertirnos en auténticos líderes hasta que no seamos ser personas auténticas. Y no seremos personas auténticas hasta que nos liberemos de nuestros miedos inconscientes. ¿Quién de nosotros es el primero en dar el primer paso?
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