La escena se repite cada año. Yo ya la he vivido estos días en algunas de las empresas que he visitado por mi trabajo. El repartidor deja en la entrada de la oficina un fenomenal palé repleto de jamones. El murmullo habitual se trasforma en risas contenidas y en exclamaciones de júbilo. Casi todos ya han desfilado por la recepción para fisgonear el contenido de la cesta de navidad de este año y hacer la obligada comparativa con la de los años anteriores. Hasta aquellos a los que no les gusta el jamón emiten en voz baja sus juicios cual jurados de un talent show: “Este año se han portado”, o “podían haberse estirado un poco más” o cualquier otro clásico dentro del elenco de valoraciones.
Pero no todos participan de la fiesta. Mientras unos tratan de adivinar el precio justo de sus cestas navideñas, hay otros en la esquina opuesta de la oficina que no apartan la mirada de la pantalla de su ordenador para ocultar un punto de decepción. Ya se sabe que la cesta es solo para los trabajadores de la empresa y que los contratados por ETT o freelances no se llevan regalo a casa aunque formen parte del día a día de la oficina. ¿Qué lectura sacan estos trabajadores de la diferencia de trato entre unos y otros? Pues seguramente que son trabajadores de segunda o de tercera, piezas de recambio a los que se puede sacrificar en cualquier momento y a los que no es tan necesario cuidar. La empresa ha hecho un desembolso extra, que seguramente no ha tenido un gran efecto motivador en la plantilla directa y que, encima, ha tenido consecuencias demoledoras en el nivel de compromiso y de motivación de la plantilla subcontratada a una ETT. El retorno de inversión no puede ser más triste, ni menos rentable.
Parece mentira el revuelo emocional que puede llegar a provocar una pequeña cesta navideña. ¿Cómo es posible que un detalle que no supone ni mucho menos una parte representativa de nuestro salario pueda transformarse en una bomba de relojería de la desmotivación? Seguramente este efecto tiene mucho que ver con una cierta falta de equidad y de coherencia en nuestro estilo de liderazgo.
El regalo de navidad de la empresa va más allá del convenio colectivo o de la retribución negociada con cada empleado. Es un gesto discrecional que, a menudo, refleja lo que percibe y cómo siente la cúpula el esfuerzo realizado por el staff a lo largo de 12 meses. Por eso las diferencias de trato cuestan caras. Si a lo largo de todo el año hemos pedido resultados a unos y a otros, hemos apostado por un nivel superior de excelencia en todos los proyectos (sin distinciones) y nos hemos olvidado de quién pagaba la nómina cada mes, no podemos marcar diferencias a la hora de decir gracias. Es demasiado mezquino.
Cada vez son menos los trabajadores por cuenta ajena y más los sujetos a fórmulas alternativas de contratación. Por eso al empleador de hoy le conviene, más que nunca, cambiar su decisión de a quién sí y a quién no dar la cesta de navidad; aprender a usar de la mejor forma posible los regalos de navidad con todos los componentes de la empresa. En ocasiones valdría más no regalar a nadie que discriminar gratuitamente entre empleados a los que cuidar y a los que no cuidar.
Y ojo, imagino que el lector se habrá dado cuenta de que al hablar de “la cesta de navidad” sólo estaba usando una metáfora típica de estos días, …que aplica a más momentos durante el año.
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