Con demasiada frecuencia tu carrera puede limitarse a tu puesto actual. En el diario Expansión Montserrat Mateos, una estupenda periodista especializada en el campo de los RRHH, publicó el pasado 23 de septiembre un artículo titulado Descubre los antídotos contra el conformismo laboral. En él se examinaba el tema de la rutina y el acomodamiento en el puesto, sus efectos sobre la persona y algunas vías para evitarlo. Creo que es un tema de mucha importancia, no tanto porque esté de moda en este momento sino porque es una experiencia a la que casi todo el mundo se ha enfrentado o se enfrenta en su vida, con frecuencia por largos periodos de tiempo.
El trabajo ocupa una posición central en nuestras vidas y, cuando falta, su consecuencia, el paro, la ocupa igualmente. Es central por el tiempo que nos ocupa y por la significación o trascendencia que tiene (incluso en el caso de los trabajos más sencillos o los aparentemente insignificantes). Las personas casi siempre incluyen su profesión o aspectos relacionados con ella cuando se les pide que se describan. Puede decirse sin temor a equivocarse que la relación que una persona mantiene con su trabajo es muy similar a la que mantiene con su vida en general. No todos pueden llenarla de estímulo y novedad pero los que lo hacen se sienten mucho más satisfechos y plenos. El cómo uno trabaja, en general (excluyendo los trabajos especialmente penosos), refleja muy bien el cómo vive. En palabras de Khalil Gibran: «Amar a la vida a través del trabajo, es intimar con el más recóndito secreto de la vida.» Sin embargo hay que reconocer que uno no puede elegir en cada momento el puesto que le apetece. La mayoría de las personas tienen unas posibilidades limitadas de elección de puesto y también de evolucionar o tener una carrera en su empresa. En este sentido el mercado laboral español nos condiciona más que el alemán o el inglés. Por ello la rutina y el estancamiento son dos amenazas muy reales, ambas, como dice el artículo, pueden llevarnos a la resignación. La gran pregunta es: realistamente, ¿se puede hacer algo para evitar o paliar el enmohecimiento en el ejercicio de tu trabajo y sus consecuencias? La respuesta es evidente: sí, en muchos casos.
Lo primero es aprender a reconocer los síntomas del aburrimiento, la resignación o la complacencia. Sé que son cosas distintas pero todas comparten la falta de apetito por lo nuevo y la falta de ilusión por lo cotidiano. Creo que esta que sigue sería una buena lista de señales de que necesitamos tonificar el ejercicio de nuestro puesto:
• Cuando ya no te ilusiona lo que haces, cuando crees que lo sabes ya todo.
• Cuando te plantean algo nuevo y lo escuchas con esceptismo.
• Cuando no esperas sorpresas.
• Cuando no has cambiado nada en las maneras de hacer las cosas de tu trabajo en mucho tiempo.
• Cuando explicas lo que haces sin ninguna ilusión.
• Cuando ya no tienes ningún deseo de sorprender a nadie con lo que haces.
• Cuando has olvidado hace tiempo tus aspiraciones de progresar.
• Cuando ya nunca piensas en quienes reciben el resultado de tu trabajo (todo trabajo es SIEMPRE para otros).
• Cuando te sientes indiferente ante el camino que pueda tomar tu departamento/empresa.
• Cuando dejas de hacer preguntas a tu jefe/a del por qué de las cosas, de los nuevos objetivos, de los cambios, etc.
• Cuando eres incapaz de inspirar o ilusionar a un nuevo empleado o a un becario del departamento.
• Cuando no puedes contar lo que haces a otra persona sin trasmitir aburrimiento.
• Cuando no sientes la necesidad de formarte en nada nuevo en relación a tu trabajo.
¿Qué hacer cuando uno lleva 10 años haciendo lo mismo y hace ya al menos 5 que uno no le da nada al puesto ni el puesto se lo da a él/ella? ¿Qué hacer cuando uno reconoce en sí los síntomas enumerados?
Me parece que lo primero es tomar conciencia, percatarse de que hemos dejado que la molicie y la pasividad invadan más de la mitad de nuestra vida. Ese puesto, sea cual sea su nombre, tiene un Director General: tú. No exagero. Nadie sabe más de cómo hacer tu puesto que tú. Si alguien puede encontrar nuevas maneras de llevarlo a cabo, de mejorar la satisfacción de los que reciben el fruto de ese puesto, de conectarlo mejor con las tareas del departamento, etc., ese eres tú. Pero, ¿cómo hacerlo? Dado que el conformismo y la rutina nos tapan los ojos a otras maneras de ver las cosas lo mejor será replanteárnoslas desde el principio, hacer cada cierto tiempo una especie de presupuesto de base cero (zero base planning) para el puesto. Cuestionarse el por qué y para qué de lo que hacemos, redefinir las actividades desde el punto de vista del “cliente” que recibe nuestro trabajo sin dar nada por supuesto. Todo puesto tiene unas obligaciones pero casi siempre admite mil mejoras y tu jefe/a normalmente estará feliz de verlas. Es importante avisar al jefe/a de que piensas ver cómo mejorar los resultados de tu trabajo, incluso, la manera de realizarlo y tratar de que se ilusione con la idea.
Para saber qué mejoras puedes introducir podrías, por ejemplo, comenzar cada año haciendo un plan de objetivos: de actuación (qué quieres lograr) y de aprendizaje (qué quieres aprender). Es bueno que lo consensues con el jefe/a (aunque seas el director general de tu puesto siempre hay un Consejo de Administración al que reportar). Los objetivos se pueden concretar examinando la marcha de tu empresa y viendo qué necesita (que tenga que ver contigo), viendo qué y cómo hacen los competidores, pensando cómo hacer las cosas más rápido, más económicamente, más eficazmente o con menos errores. También se pueden incorporar al puesto novedades derivadas de los cursos a los que se asiste o de las lecturas profesionales…. todo eso hará que el trabajo jamás sea rutinario, que sea un laboratorio para la mejora contínua, y el cerebro no se seque, es como hacer un máster.
La psicología social y cognitiva nos muestra sin lugar a dudas que uno se comporta de acuerdo a sus creencias y expectativas. Si uno cree que trabajar consiste exclusivamente en sacar los trabajos que le encargan de la manera en que siempre se ha hecho podrá ser un buen cumplidor pero si, además, considera que no sólo ocupa un puesto, sino un sitio en una organización y que sus posibilidades de contribuir exceden a un listado de funciones dado, el trabajo no será nunca rutinario.
Al final del semestre o del año hay que preguntarse qué hemos aprendido nuevo y qué hemos aportado nuevo al puesto y a los demás con quienes compartimos procesos.
Sólo podemos conseguir que el significado del trabajo se mantenga vivo si encontramos cosas nuevas en él. El inconformismo bien entendido es una forma de renovación permanente que le da significados renovados al trabajo y, al final, al día a día de cada uno.
Se puede renovar el trabajo en la mayoría de los casos, a pesar de que el jefe/a o la organización sean muy formales. Si se hace mejor o más rápido, si quienes reciben tu trabajo están más satisfechos, si se inducen mejoras en otros procesos colindantes a los tuyos….la gente suele recibirlo bien. Si no es el caso pues ya sabes que esa no debería ser tu empresa a largo plazo.
Desempeñar el puesto en el que se llevan 10 años con la pasión de un recién llegado no es fácil pero hacerlo nos reportará enormes beneficios. En realidad quienes dirigen deberían pedir a todos sus colaboradores sus planes e ideas de renovación como fuente de innovación y mejora continua pero cuando no ocurre uno puede perfectamente asumir esa responsabilidad. Si lo haces quizás logres una promoción o, al menos, te habrás divertido, te habrás reinventado y, casi seguro, habrás servido de estímulo a muchos otros compañeros que seguirán el ejemplo. Trabajar sólo debería ser aburrido en empresas y con jefes sin ideas ni ambiciones.
Muchos directores y empresas podrían inducir a sus profesionales a cambiar y expandir las fronteras de sus puestos. Eso detonaría una dinámica de mejora y de emprendimiento generalizada de consecuencias inimaginables y cambiaría las vidas de quienes trabajan.
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