Las emociones son consustanciales a la condición humana, sin ellas dejamos de serlo, seríamos otra especie. Por lo tanto, la primera herramienta para gestionarlas, las propias y las de los que nos rodean, es aceptarlas. Como aceptamos a una persona más alta o más baja, más gruesa o más delgada, con un color determinado de piel o de diferente sexo.
Nosotros no tenemos emociones, ellas nos tienen a nosotros. No puedo impedir sentir alegría, tristeza, ira o miedo. Lo que puedo hacer es procurar no expresarla, dado el condicionamiento cultural que tenemos, pero eso no significa que desaparezca la emoción. Las barreras culturales (tabúes) pueden llegar a desabordarse, produciendo la explosión consiguiente. Las emociones no deben ser controladas, debemos gestionarlas y para ello hay que reflexionar sobre lo que las produce. La emoción surge de algo que percibimos, un dato, un hecho, una situación, a la que de manera inmediata damos una interpretación según nuestro modelo mental. Para gestionar la emoción hay que cambiar la interpretación de esa situación. La herramienta más eficaz para gestionar las emociones es la de re-interpretar las situaciones.
Un error muy común es querer cambiar nuestras emociones y las de los demás razonando, con nosotros mismos o con ellos. Es más eficaz reflexionar sobre lo que estoy interpretando o hacer que los otros reflexionen.
Una característica curiosa de las emociones es que son contagiosas, todas, razón por la que cuando un compañero está enfadado o triste puede llegar a afectarnos, ahora bien, esta característica también es recíproca. Nosotros podemos contagiar la alegría, el entusiasmo o la gratitud. Por lo tanto, nuestro comportamiento frente a las emociones que sienten las personas de nuestro alrededor es determinante para cambiarlas.
El reto está en que cada uno de nosotros tenemos diferente facilidad para sentir, cambiar o aceptar distintas emociones. Así, hay personas que les cuesta mucho trabajo sentir la ira y en consecuencia cuando se encuentran con alguien iracundo no saben qué hacer, o llegan a confundir la ira con el miedo y por lo tanto ante alguien iracundo sienten miedo. Esto ocurre con todas las emociones, incluso las que denominamos positivas.
Para minimizar una emoción que, entendemos, está entorpeciendo el ambiente de trabajo lo primero que debemos hacer es pensar que la conducta que está desarrollando esa persona no necesariamente lo hace con la interpretación que yo le doy. En una reunión sobre un problema muy grave, alguien se muestra hasta contento, eso no significa que sea un frívolo o un inconsciente, posiblemente esa persona no identifica fácilmente el miedo (por ejemplo) y lo expresa como alegría.
Es la actitud de los compañeros la que ayuda a cambiar la emoción. Y ese cambio se produce mucho más fácilmente desde la reflexión que desde el razonamiento. Otro modo de ayudar es utilizar una herramienta muy difundida en las empresas, aunque mal utilizada, el “feed back”. Decirle al otro lo que observas y como te afecta.
Lamentablemente, los seres humanos somos un todo, no podemos separar nuestra parte profesional de la personal. Todo lo que ocurre en el ámbito privado afecta al resto y viceversa. Esto es así, porque somos seres emocionales. Los atascos o el sorprendente día que no encontramos tráfico, las malas noches o el descanso profundo, el equipo que perdió o ganó el partido, las notas de los hijos, un plan especial con la pareja; todo lo cotidiano, bueno o malo, afecta a nuestra manera de llegar al trabajo y al contrario. La bronca con un compañero o la felicitación, el éxito o error en un proyecto, el ser más feliz o menos en mi trabajo afecta a como llego a casa.
Depende de cada uno de nosotros ser dueños de lo que sentimos. Si te molesta el tráfico y no quieres volver a sentir esa molestia, haz algo, si no el tráfico te robará parte de tu libertad y te convertirás en una víctima, una víctima del tráfico. Si al llegar a la oficina encuentras que un compañero está furioso por el tráfico y la “paga” con los que están alrededor y eso te hace sentir mal, haz algo, por ejemplo decirle cómo te hace sentir lo que tu interpretas es su mal humor y las consecuencias que tiene para ti. Si, en realidad, no te afecta, déjale que se aplaque y mientras tanto dedícate a lo tuyo.
Una escena bastante habitual en las empresas es la de mostrar un interés totalmente falso por la situación de un colega. Alguien llega al trabajo abatido, se le acerca un colega y le pregunta ¿qué te pasa? el otro le contesta “he pasado una noche horrible, uno de mis hijos no quiere estudiar” el otro para ayudarle le contesta, “bueno, no te preocupes ya irá cambiando con la edad. Oye tenemos que preparar este informe para antes de…..” Otra herramienta que trasforma las emociones en nuestro entorno es la empatía, como siempre correctamente utilizada.
Tanto el enojo como la felicidad absoluta son dos emociones que pueden llegar a tener un grado de expresión muy elevado y por lo tanto generan interpretaciones en cada uno de nosotros muy extremas.
La persona absolutamente feliz, provoca envidias, y desde esa posición la rechazamos, bien por considerarla inconsciente, frívola, naif o directamente sin sentido común. Su visión de las situaciones es siempre positiva, no ve las dificultades y por lo tanto, en un equipo provoca miedo al cómo va afectar al resto o a la consecución del resultado. Este tipo de personas suelen ser permeables al diálogo, lo que hace que si nosotros somos capaces de reinterpretar el rechazo que se siente hacia ellas la situación no sea difícil de solucionar.
La persona que vive en el enojo, el enfado, la ira constante provoca también rechazo, en este caso porque solemos interpretarlas como desconsideradas, rígidas, autoritarias, mal educadas o directamente inaguantables. La visión que suelen tener de las situaciones es la de una exigencia extrema, siempre falta algo, los errores se pagan (por supuesto los errores los comenten otros) En los equipos provocan temor, falta de diálogo y lo que es peor eliminan la libertad de acción y de creación. Además, no suelen ser fácilmente abordables, no tanto por ellas sino por las barreras que cada uno levantamos para protegernos.
La ira o el enojo constante son muy peligrosas para trabajar en equipo. Si tiene poder suficiente anulará al resto y si no lo tiene caerá con el tiempo en el resentimiento más absoluto, convirtiéndose en una víctima del equipo y como tal actuará para vengarse. La ira es una muy mala compañera de los equipos y requiere de un tratamiento especial y en muchos casos a realizar por personas externas al equipo.
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