Un abogado no se jubila nunca. No es cuestión de calendario, ni de años. Hay que sentarse en estrados hasta el final, morir con la toga puesta. Más él que había sido todo un fenómeno del foro.
Iba pensando esto mientras le sacaban en camilla con el corazón infartado después de habérselas tenido tiesas con el fiscal por una cuestión procesal. No había abandonado el asilo para que un joven pazguato le diera lecciones de derecho procesal. Pero su corazón no compartía su entusiasmo.
La verdad es que no le importaba morir en breve. Ya tenía edad para ello y ese minuto magnífico manteniendo el debate con el Ministerio Público le había compensado sobradamente el esfuerzo de preparar y estudiar el tema a su edad.
Y, de repente, pensó que no podía morir. No sin saber el resultado y que le notificaran la sentencia. ¡No iba a perder su último pleito!
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