Célebre como el pintor de La Última Cena y de Mona Lisa, con su enigmática sonrisa, el italiano Leonardo da Vinci (1452-1519) fue inventor, científico, escultor, ingeniero, músico, dibujante, cartógrafo, matemático y arquitecto, además de dominar otras áreas, como física, astronomía, zoología, botánica y fisiología. Su genialidad lo consagra como el profeta de la creatividad y el padre de del espíritu emprendedor – suma de las competencias y habilidades individuales. Su fértil imaginación lo hizo vivir siglos delante de su tiempo. Ya que el mayor desafío mundial consiste en la generación de ideas para resolver los graves problemas sociales de la mayoría de la población del planeta, se pregunta: ¿cuánto vale una idea?¿Cuánto valieron y continúan valiendo las ideas de Marie Curie, Oscar Niemeyer, Thomas Alva Edison, Santos Dumont, Walt Disney, Madre Teresa de Calcuta o Bill Gates?
La Idea no tiene precio, tiene valor, a menudo, mucho más que las cifras que abultan las cuentas bancarias, pues salvan vidas y elevan la autoestima de las personas, transformándolas en ciudadanos o permiten que el mayor objetivo del ser humano sea alcanzado: la felicidad. La idea, considerada como una representación intelectual de un objeto o de un proceso, tendrá mayores oportunidades de éxito cuando se basa en el conocimiento, requisito tan importante según el texto bíblico: “La sabiduría es la cosa principal, adquiere la sabiduría, emplea todo lo que poseas en la adquisición del entendimiento” (Proverbios 4,7).
Una percepción refinada sobre las travesuras de los muchachos nos llevará a la conclusión de que ellos sólo desean aprender a aprender. Por otro lado, me arriesgo a afirmar que las personas que “tardan más tiempo en envejecer” son las que tienen como actividad principal la literatura, la pintura, las artes escénicas, la música, la escultura y otras motivaciones artísticas, en parte por el privilegio de utilizar la más fascinante de las materias prima: la emoción. Compartir el conocimiento a través del intercambio de informaciones y experiencias es esencial para hacernos tomar conciencia de que se trata de un dividendo… que suma. La innovación, hada madrina de la tecnología, se da cuando se tiene libertad y/o coraje para romper con los hábitos, borrar las reglas o romper la disciplina, pues, según Picasso, exponente por excelencia del arte contemporáneo, todo acto de creación es, ante todo, una destrucción.
Organización innovadora, de cualquier naturaleza, es la que tiene la iniciativa de estimular a sus funcionarios para desenvolverse en el campo de la comunicación, la motivación y el liderazgo, triángulo mágico de las transformaciones. Considerando que el mundo es de los curiosos, la implementación del PAI (proceso de asociación de ideas) constituye una iniciativa que hace del aprendizaje colectivo una forma inteligente, práctica y económica de agregar valor a los productos y servicios. Vale la pena advertir que no se trata de un festival de sugestión, sino del desarrollo de proyectos con metodología adecuada, que comienza con la imaginación y termina con la evaluación de resultados.
Las ideas deben tener como objetivos generales la prevención de conformismos, la solución de problemas emergentes y la generación de novedades. Para las organizaciones, las ventajas son visibles, principalmente el fortalecimiento de su imagen en el mercado. En cuanto a los funcionarios, el mayor beneficio residen en el gusto de desarrollar el propio potencial, aparte de los incentivos motivacionales, que objetivan el reconocimiento y la valoración del pensamiento creativo.La asociación de ideas, patente en los pensadores de la antigua Grecia y paraíso de la publicidad moderna, dará resultados satisfactorios en las organizaciones que tengan la osadía y la humildad de asumir como lema la siguiente frase: aquí todo puede ser cuestionado.
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