25 de noviembre de 2024
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Sobre el compromiso, y otros valores

 

El pasado 1 de Diciembre, RRHH Digital me publicó un editorial sobre el compromiso. Como consecuencia del mismo, recibí  comentarios, y apuntes, de los que, en un intento de hacerme eco de los mismos, me valdré en una nueva  reflexión sobre dicho concepto y otro tipo de matices.
Es tónica general que a caballo de un tema como el apuntado, tratemos, sin más reflexión, de dar explicación a lo que la persona es sin pararnos a pensar que un individuo singular no puede ser acotado a partir de una sola característica, de un único valor o cualidad.
Que una persona sea comprometida no da pistas suficientes sobre su bondad en atención al puesto que ocupa o a las cualidades personales del mismo. Si su compromiso se concretara de la mano de un mafioso, manipulador o egoísta contumaz, dicho valor se plasmaría, cual rémora, contrario a los intereses de cualquier institución o sociedad.
En relación al compromiso, a la lealtad, al esfuerzo y otros valores, la única referencia válida posible se aferra a principios que, en su universalidad y constancia en el tiempo, se deben mostrar como el eje vertebrador sobre el cual debiera girar nuestra vida.
Tales valores, puestos a disposición de un director o jefe maquiavélico, pongamos por caso, no harán de nosotros otra cosa que mostrarnos como  su fiel reflejo. Siendo así, la persona comprometida con un jefe honesto y veraz se hermanará con él en su compromiso con la verdad o con la justicia o con… de tal forma, que no se materializará tanto el seguimiento a una persona concreta como de los principios que en su unicidad  les guían. 
No se hace seguimiento del jefe sino que ambos (jefe y colaborador) se manifiestan comprometidos con los mismos principios rectores. 
Que una persona se muestre como comprometida con un nuevo jefe, cuando con carácter previo  no lo era, no debiera suponer otra cosa que el inicio de un período de observación en relación a sus posibles bondades personales. Tan repentina conversión debiera alertarnos en atención a indagar si su mirada se ha abierto de forma sincera a la luz de los principios enunciados o, por el contrario, estamos en presencia de un incipiente corporativismo que se movería en pos de los  intereses de un grupo que podría llegar a tener la consideración de tóxico: todo acto de los “nuestros” (suena a mafia, ¿verdad?) pasaría a tener la consideración de correcto; la pertenencia al grupo marcaría la bondad o no de la actuación, consecuentemente el que se encontrara fuera del círculo “virtuoso” no gozaría del mismo tipo de prebendas.
Que una persona nunca haya sido capaz de encontrar el proyecto con el que comprometerse no la califica como de no comprometida. Claro que existen personas comprometidas que no han conseguido localizar el objetivo  con el que dar curso  a su naturaleza, pero insisto, no es el proyecto el que nos hace comprometidos sino al revés; el individuo que lo es, busca comprometerse con algo grande, con una meta que lo estimule y, sobre todo, persigue realizarse en el logro compartido (por ilusión, por amor o por sentido del deber). 
El que a título personal se concreta en atención a sus únicos fines e intereses se muestra cual surfero cabalgante sobre una ola que simulará suya a la par que permanecerá  al acecho de atisbar aquella que en su recorrido se dirija a sus únicos fines.
¿Y la empresa? Lo dicho, si se quiere manifestar como comprometida deberá reconocer al que lo es, afeando, consecuentemente, al que no lo es.
¿Por qué medir en su grado de compromiso a los individuos de una organización y no medir (como es mi parecer) sus políticas en atención a favorecer  que el mismo se exprese con total trasparencia? Nobleza obliga.

El pasado 1 de Diciembre, RRHH Digital me publicó un editorial sobre el compromiso. Como consecuencia del mismo, recibí  comentarios, y apuntes, de los que, en un intento de hacerme eco de los mismos, me valdré en una nueva  reflexión sobre dicho concepto y otro tipo de matices.

Es tónica general que a caballo de un tema como el apuntado, tratemos, sin más reflexión, de dar explicación a lo que la persona es sin pararnos a pensar que un individuo singular no puede ser acotado a partir de una sola característica, de un único valor o cualidad.

Que una persona sea comprometida no da pistas suficientes sobre su bondad en atención al puesto que ocupa o a las cualidades personales del mismo. Si su compromiso se concretara de la mano de un mafioso, manipulador o egoísta contumaz, dicho valor se plasmaría, cual rémora, contrario a los intereses de cualquier institución o sociedad.

En relación al compromiso, a la lealtad, al esfuerzo y otros valores, la única referencia válida posible se aferra a principios que, en su universalidad y constancia en el tiempo, se deben mostrar como el eje vertebrador sobre el cual debiera girar nuestra vida.

Tales valores, puestos a disposición de un director o jefe maquiavélico, pongamos por caso, no harán de nosotros otra cosa que mostrarnos como  su fiel reflejo. Siendo así, la persona comprometida con un jefe honesto y veraz se hermanará con él en su compromiso con la verdad o con la justicia o con… de tal forma, que no se materializará tanto el seguimiento a una persona concreta como de los principios que en su unicidad  les guían. 

No se hace seguimiento del jefe sino que ambos (jefe y colaborador) se manifiestan comprometidos con los mismos principios rectores. 

Que una persona se muestre como comprometida con un nuevo jefe, cuando con carácter previo  no lo era, no debiera suponer otra cosa que el inicio de un período de observación en relación a sus posibles bondades personales. Tan repentina conversión debiera alertarnos en atención a indagar si su mirada se ha abierto de forma sincera a la luz de los principios enunciados o, por el contrario, estamos en presencia de un incipiente corporativismo que se movería en pos de los  intereses de un grupo que podría llegar a tener la consideración de tóxico: todo acto de los “nuestros” (suena a mafia, ¿verdad?) pasaría a tener la consideración de correcto; la pertenencia al grupo marcaría la bondad o no de la actuación, consecuentemente el que se encontrara fuera del círculo “virtuoso” no gozaría del mismo tipo de prebendas.

Que una persona nunca haya sido capaz de encontrar el proyecto con el que comprometerse no la califica como de no comprometida. Claro que existen personas comprometidas que no han conseguido localizar el objetivo  con el que dar curso  a su naturaleza, pero insisto, no es el proyecto el que nos hace comprometidos sino al revés; el individuo que lo es, busca comprometerse con algo grande, con una meta que lo estimule y, sobre todo, persigue realizarse en el logro compartido (por ilusión, por amor o por sentido del deber). 

El que a título personal se concreta en atención a sus únicos fines e intereses se muestra cual surfero cabalgante sobre una ola que simulará suya a la par que permanecerá  al acecho de atisbar aquella que en su recorrido se dirija a sus únicos fines.

¿Y la empresa? Lo dicho, si se quiere manifestar como comprometida deberá reconocer al que lo es, afeando, consecuentemente, al que no lo es.

¿Por qué medir en su grado de compromiso a los individuos de una organización y no medir (como es mi parecer) sus políticas en atención a favorecer  que el mismo se exprese con total trasparencia? Nobleza obliga.

 

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