El año que está a punto de tocar a su fin es especial para el Grupo Adecco, pues nuestra Fundación cumple 15 años de vida. Tres lustros acercando el empleo a las personas que lo tienen más difícil: con discapacidad, mayores de 45 años, mujeres con responsabilidades familiares no compartidas y/ o víctimas de la violencia de género.
En este tiempo, con mucha ilusión y esfuerzo, la Fundación ha experimentado un crecimiento inimaginable para los que en su día fuimos los “padres” del proyecto. En 1999 abrimos nuestra primera oficina en Madrid, con una plantilla de 4 personas. Hoy ya formamos parte del equipo 112 profesionales, distribuidos a lo largo de las 14 delegaciones que tenemos en España.
Sin embargo, el protagonismo de este Aniversario no lo tiene el hecho cronológico de haber cumplido 15 años, sino lo que ello ha representado en el ámbito del empleo, donde no hemos dejado de trabajar por eliminar barreras y estereotipos. Desde nuestros orígenes, la labor conjunta de Adecco y su Fundación ha encontrado un puesto de trabajo a 227.114 personas en riesgo de exclusión. Son ellas las que constituyen nuestro principal hito y razón de ser.
Detrás de esta cifra descansa una evidencia: todas las personas, independientemente de sus circunstancias, cuentan con grandes cualidades que aportar a los equipos de trabajo. He tenido la suerte de asistir a cambios de mentalidad en las empresas, en un principio reacias a la incorporación de personas con discapacidad, pero que después no han dudado en repetir, tras experimentar en primera persona los valores que aportan: dosis extra de esfuerzo, superación, motivación, etc.
Hace poco, nuestro colaborador y amigo Pablo Pineda destacaba en una jornada que: “las personas con discapacidad tenemos que demostrar siempre el doble”. No le falta razón. A pesar de los avances que se han producido en los últimos años, sigue subsistiendo un estereotipo social que presupone a las personas con discapacidad una menor dedicación y productividad. Igual sucede con los mayores de 45 años, que sufren una fuerte discriminación que en los últimos años se ha dejado notar con intensidad en las cifras: un 160% más de parados desde 2007. Y ni que decir tiene el caso de las mujeres con responsabilidades familiares no compartidas o víctimas de violencia de género, quienes necesitan un empleo para ser independientes, pero siguen enfrentándose al gran reto de la conciliación.
Desde nuestros orígenes hemos trabajado por allanar el camino de estas personas hacia el empleo, reduciendo los obstáculos en su camino y acercando a las empresas su talento. Nuestro balance es muy positivo, pues cada vez son más compañías las que se suman a nuestro proyecto y apuestan por la gestión de la diversidad como pilar fundamental de su RSE (sólo el año pasado la Fundación incorporó a 3.534 personas en riesgo de exclusión en 830 empresas).
Sin embargo, el camino es largo y no ha hecho más que empezar. Además, la crisis ha supuesto un parón –incluso un retroceso- en este recorrido, dejando un saldo de 6 millones de parados y otros 10 millones bajo el umbral de la pobreza. Sus efectos sobre el mercado laboral han sido devastadores y por ello tenemos un inmenso trabajo por delante.
En el caso de las personas con discapacidad será crucial potenciar su tasa de actividad –recordemos que un 63% no tiene empleo ni lo busca, aún estando en edad laboral-. El trabajo a realizar será intenso, tanto con la propia persona, proporcionándole recursos y herramientas clave para el empleo, como en el ámbito empresarial, superando el argumento de contratación por filantropía. En otras palabras, la incorporación de personas con discapacidad ya no deberá basarse en políticas sociales, sino en el convencimiento del valor que aportan a los equipos de trabajo, constituyendo una ventaja competitiva.
También será crucial contratar a mayores de 45 años para reducir los efectos del envejecimiento poblacional, que actualmente pone en jaque la sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones. Y ello apostando por el reciclaje profesional y por los efectos enriquecedores que trae la convivencia intergeneracional a las empresas. Por último, será clave desarrollar sólidas políticas de conciliación, que permitan a la mujer ejercer un empleo sin renunciar a su derecho a ser madre.
En definitiva, la apuesta por la diversidad será la mejor palanca de recuperación económica, pues sin ser una varita mágica que obra milagros, constituye una eficaz herramienta para abrirse a nuevos mercados con la consiguiente captación de clientes, mejorar la relación con todos los grupos de interés y aumentar el orgullo de pertenencia.
¿Cómo potenciar la diversidad? A través de iniciativas que permitan a los empleados convivir con realidades diferentes, como el voluntariado corporativo. Y por supuesto, apostando por procesos de selección por competencias, en los que los responsables de Recursos Humanos pongan el acento en la capacidad de las personas y no en sus limitaciones, sin presuponer que un candidato es “menos válido” por razón de edad, sexo o por llevar en su carpeta un certificado de discapacidad.
Para subir este peldaño hacia la igualdad y la normalización, el año que viene lanzaremos el Plan 2020: Empleo para Todos, una iniciativa en línea con el Plan Nacional para la Inclusión Social 2013-2016, cuyo foco es que ninguna persona encuentre barreras, desigualdades o discriminación en el ámbito laboral. Nos marcaremos ambiciosos objetivos que sólo conseguiremos de la mano de las empresas- verdadero motor del cambio-.
Espero que cuando cumplamos nuestro cuarto lustro, podamos compartir grandes cifras de integración social y laboral, que no dejarán de ser una señal de que nuestro mercado laboral va por el buen camino.
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