Cuando éramos niños, todo parecía fácil. Las emociones dictaban en buena parte nuestros comportamientos. Solo era necesario saber cómo te llamabas para ponernos a jugar. El presente marcaba nuestra existencia y los filtros de la razón todavía tenían las suficientes fisuras para dejar escapar todo el universo instintivo que llevamos dentro. Si te enfadabas con tu amigo/a, solo faltaba decir que no le invitabas a tu cumpleaños, para reconducir la situación.
Un apretón de manos o la palabra de una persona eran signos inequívocos de compromiso y de respeto.
En el año 1977, Tuckman y Jensen propusieron las cinco fases de la evolución de todo grupo: formación (donde se relacionan los miembros y contrastan la adecuación de sus conductas), conflicto (surgimiento de intereses individuales y confrontación con los objetivos comunes), normas (se resuelven los conflictos, se establecen los roles y las reglas de funcionamiento), realización (máximo rendimiento donde hay una identificación clara con el objetivo del grupo) y terminación (agotamiento de los retos y necesidad de propuestas nuevas para no disolver al grupo).
Utilizando el símil de la antigüedad para explicar los cuatro elementos que componen la naturaleza, la confianza se edifica en cuatro palabras mágicas: por favor (agua), gracias (aire), te quiero (fuego) y perdón (tierra).
Hoy día, las relaciones humanas han dado un giro importante, no solo por la cantidad de personas a las que conocer sino por la calidad de la relación y los entornos en los que se producen.
Es la lucha entre la educación en valores que hemos recibido y la formación académica o experiencia laboral.
Hay que trabajar en equipo pero ser autosuficientes. Hay que ser un “nosotros” sintiendo fuertemente que soy un “YO”. Si pedir perdón significa un acto de debilidad y una oportunidad para el contrario, ¿para qué pedirlo? Si dar las gracias, es algo que se supone y no hace falta decirlo, mejor no lo digo. Si pedir por favor las cosas es obvio porque eres mi compañero o amigo, ¿para qué decirlo? Si decir “te quiero” es solo de románticos y reservado para momentos muy íntimos, ¿para qué regalarlo a otros? Y cuando estos patrones de conducta se practican durante mucho tiempo, olvidamos la “magia” que aprendimos en la infancia.
La confianza emocional se sustituye por complicados sistemas de acreditación. Es preciso presentar el documento oficial o compulsado; y por supuesto en papel mejor. No hay tiempo. Son las reglas del juego. La organización funciona así y los procesos también.
Si algún miembro del grupo cae, se sustituye. No pasa nada, somos prescindibles y además tenemos obsolescencia programada. Y si es el equipo el que no funciona, pues se crea otro.
Vivimos y sentimos la incertidumbre en cada frase, en cada gesto. Aprendemos en buena parte por imitación. Ahora vivimos por y para el cambio, pero sin embargo, buscamos sentarnos en el mismo sitio, hacer el mismo recorrido en el trabajo o llamar a un amigo o familiar. Si nos desorientamos, buscamos nuestras referencias.
Y un vivo ejemplo de lo anterior, son nuestros currículums vitae, ¿la carta de presentación que ilustra nuestra formación y hace posible lograr un objetivo? El tiempo dará la oportunidad de conocer el otro, el transparente, el de nuestra educación.
Algo está cambiando. Observamos cómo las tendencias actuales comienzan a sacudir la razón y encuentra formas diferentes donde reivindicar que la piedra angular de las relaciones humanas sigue ahí. Videocurriculums, voluntariado, anuncios que conectan con la emoción etc.; son indicadores de que es momento de decir: “sí, y yo menos de eso, pero inigualable”.
Te invitamos a proyectar o mejor, recordar tu currículo transparente, ese que te hace único.
¿Te apuntas? Feliz día y gracias por compartir estos instantes.
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