Todas las organizaciones tienen una cultura determinada. Cómo si se tratara de una pequeña sociedad, todos sus miembros conocen, sean o no sean conscientes, que existen valores, creencias y prácticas compartidas. Es más, todas las organizaciones también tienen subculturas internas que, en el mejor de los casos, complementan y potencian la global y, en otras ocasiones, generan contradicciones y pueden llegar a desembocar en conflictos.
A la vez, la mayoría de la población adulta pasamos la parte central de nuestro tiempo en el puesto de trabajo. Inevitablemente, el mundo laboral condiciona nuestros hábitos, también los que tienen que ver con la salud. Esta realidad, en cuanto a bienestar, no solo impacta sobre las personas, sino que también lo hace sobre las empresas a nivel de productividad, retención del talento, compromiso o absentismo.
Conocemos que el estigma es la principal barrera para abordar la salud mental en los centros de trabajo. El miedo y el desconocimiento propician que no seamos capaces de crear espacios mentalmente saludables. Muchas organizaciones deciden empezar a trabajar la gestión emocional de sus plantillas instaurando servicios de acompañamiento psicológico o generando protocolos de prevención, es un error muy común obviar el peso enorme que tiene la cultura empresarial en la buena salud mental de los colaboradores.
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