24 de noviembre de 2024
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Trabajadores y expertos en salud laboral denuncian lagunas en prevención en los centros

Trabajadores y expertos en salud laboral denuncian lagunas en prevención en los centros

Servicios preventivos infradotados, evaluaciones de riesgos inconclusas, insuficiente información y formación al personal… Son algunas de las deficiencias que favorecen que los hospitales y centros sanitarios no sean suficientemente seguros para las plantillas. Nuevas patologías amenazan su salud.

Carmen Mora, de 49 años, y Carmentxu Atín, de 55, esperan con cansancio el juicio que se celebrará este jueves en Tarragona. Tras largos años de lucha puede que el Instituto Catalán de la Salud reconozca su responsabilidad en el accidente laboral que cambió para siempre sus vidas a finales de 2003. Ambas trabajaban, Carmen como administrativo y Carmentxu como enfermera, en el centro de salud CAP Tarraco de esta ciudad catalana y resultaron gravemente intoxicadas por los químicos utilizados en una de las campañas de limpieza de las instalaciones. El veneno afectó a otros 28 empleados. Como ellas, algunos desarrollaron un síndrome de sensibilidad química múltiple que, prácticamente, les impide tener contacto con el mundo. Su caso no es único. Margarita, una nefróloga, padece el mismo síndrome por inhalar repetidamente un desinfectante usado en un centro de diálisis. Rosa, enfermera, ha tenido que cambiar de puesto de trabajo por el asma ocupacional que desarrolló en otro hospital.

Nuestra empresa, que debe velar por la salud de la población, no cuidó de la de sus empleados», se lamenta Carmen Ayuso. El plaguicida que respiró en su centro de trabajo le ha condenado al aislamiento. Debido a la hipersensibilidad que padece no tolera el contacto con personas que porten químicos de uso común como lacas, cremas corporales, champús, geles, gominas o cuya ropa esté recién lavada. «Mi vida social se ha roto», dice. Pero, además, padece fibromialgia, fatiga crónica, tiroiditis autoinmune, otros trastornos endocrinos y sequedad oral y ocular. Todo a consecuencia de la grave intoxicación.

Su compañera Carmentxu exhibe la misma sintomatología. «Tengo alteraciones en todo el organismo y, además, problemas cognitivos: me cuesta concentrarme», relata. Vive recluída en su domicilio, que ha tenido que adaptar para evitar el contacto con cualquier sustancia química. «Lavamos con limón y vinagre y todos los productos que empleamos son ecológicos, lo que resulta muy caro. Mis hijos han tenido que cambiar todas sus costumbres e, incluso, dejar de recibir a sus amigos». En el aire limpio de su 'viviendaprisión' deja suspendida la misma queja: «Nosotras cuidábamos de los enfermos, pero nadie nos protegió…».

No son las únicas trabajadoras sanitarias que acusan a sus empresas de ser poco diligentes a la hora de velar por sus plantillas. Según denuncian los expertos en salud laboral, la actividad de este colectivo sigue estando «escasamente vigilada y regulada». Si bien han quedado atrás los tiempos en los que el 30% de los trabajadores de los hospitales acababa infectado por los virus B y C de la hepatitis, y hoy la tasa de contagios es muy escasa gracias, fundamentalmente, a la vacunación, todavía cada año miles de profesionales españoles se exponen a este riesgo al pincharse accidentalmente con agujas y jeringuillas mientras desempeñan su labor asistencial o de limpieza.

En 1994, sólo un 20% de los hospitales catalanes contaba con un profesional dedicado a custodiar la salud de la plantilla. Las cosas han mejorado mucho desde 1995, año en que se promulgó la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y los centros sanitarios empezaron a integrar este servicio en su estructura. Francisco Javier Yuste, jefe de este departamento en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, subraya que actualmente «el 85% o el 90% de los grandes centros públicos de Madrid ha evaluado los riesgos» que acechan a sus empleados. ¿Pero que ocurre en los centros de tamaño y en la red privada? Los especialistas consultados creen que la vigilancia en éstos «es más relajada».

LOS PELIGROS

 

La realidad es el que hospital sana, pero también enferma. «Si alguna vez se ha preguntado cómo se puede trabajar con pacientes y conservar la salud, la respuesta es que no se puede», afirmó allá por 1976 el epidemiólogo estadounidense Steven Stellman, experto en exposición a tóxicos. A pesar del tiempo transcurrido y de las mejoras introducidas, su máxima sigue vigente porque, aunque resulte paradójico, trabajar en un centro sanitario implica un mayor riesgo de enfermar respecto a otro tipo de actividades profesionales.

Así, la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo ha reconocido los peligros especialmente altos para la salud del personal que se dedica a la asistencia sanitaria. Según sus estadísticas, el número de accidentes laborales entre este colectivo es un 33% más alto que entre el personal de cualquier otro ámbito profesional. Y no sólo eso, los trabajadores sanitarios sufren más bajas laborales por enfermedades comunes que el resto de los asalariados, aunque se reincorporan antes a su puesto de trabajo.

Los riesgos que aguardan al personal de hospitales, clínicas y otros centros sanitarios son muy diversos. Rafael Barbón, responsable del servicio de Prevención de Riesgos Laborales del Hospital San Agustín de Avilés (Asturias), cita entre los más frecuentes los accidentes por pinchazos con riesgo biológico, «en nuestro centro registramos un centenar al año» y los sobresfuerzos por sostener, levantar o trasladar pacientes y debido a las posturas forzadas, por ejemplo, entre el personal de servicios como la lavandería, pero también entre los odontólogos, otorrinos y cirujanos y muy especialmente microcirujanos, tocólogos o ginecólogos.

Ganan igualmente terreno los trastornos psicosociales asociados a las condiciones del trabajo y a la organización empresarial (cambios de turno, el trabajo nocturno y las guardias) y los que Barbón atribuye «al estilo de mando y los conflictos entre compañeros».

La realidad es que la sintomatología psicosocial se extiende como una plaga en el entorno sanitario. Las conclusiones de un reciente estudio nacional entre el colectivo de enfermería da idea de la magnitud del problema. El sondeo reveló que uno de cada tres profesionales en activo decía ser víctima de acoso psicológico o 'mobbing' y el 80% declaró haber presenciado comportamientos de hostigamiento en el trabajo.

Los especialistas en salud laboral coinciden en que se ha avanzado notablemente en el control de algunos riesgos, como los biológicos. Otros peligros bajo control son los asociados a la manipulación de citostáticos (fármacos anticancerosos) y el de las radiaciones ionizantes (rayos X, bombas de cobalto…).

Yuste reconoce, no obstante, que queda mucho por andar. «No existe una estrategia definida respecto a los productos químicos, ni se ha resuelto el problema de las cargas físicas que ocasionan mucha patología musculoesquelética y numerosas bajas laborales. El control de los riesgos psicosociales está en mantillas», puntualiza.

Mucho más crítica se muestra Pilar Arrizabalaga, miembro de la junta de gobierno del Colegio de Médicos de Barcelona y autora de un artículo sobre este tema que va a publicar la revista 'Medicina Clínica'. «Hay una discordancia entre lo legislado y la realidad. En los servicios sanitarios, y al contrario que en otros ámbitos de la sociedad civil, la ley va muy por delante de la realidad en la prevención de los riesgos laborales», afirma. En su opinión, «no aplicar el conocimiento médico en la adopción de medidas de seguridad es una falta de ética médica fundamental».

Arrizabalaga hace hincapié en la «escasa o nula atención» que se presta a las condiciones medioambientales y, en concreto, al peligro que representan tóxicos, como el glutaraldehído y el formaldehído, que se usan ampliamente en los laboratorios, quirófanos, unidades de endoscopia, radiología y diálisis, por sus potentes propiedades desinfectantes. «Pueden afectar a la salud por sus características irritantes y sensibilizantes por inhalación», señala.

Supuestamente si la ventilación es adecuada, su uso no implica mayor riesgo. La considerable tasa de cefaleas, irritaciones oculares, nasales y cutáneas que refieren los trabajadores en contacto con estas sustancias hace sospechar, sin embargo, que los sistemas de ventilación pueden ser menos eficaces de lo previsto. El riesgo se dispara en centros cerrados sin renovación de aire exterior.

Este fue, precisamente, el caso de una nefróloga que trabajaba en un centro público de diálisis de Barcelona ubicado en un local subterráneo y sin ventanas. «Era un garaje, pero en vez de coches, había pacientes», relata Margarita, que prefiere ocultar su identidad bajo este nombre ficticio para evitar problemas. «Hay una maquinaria empresarial para tapar este tipo de asuntos», explica.

La mujer, de 50 años, acudió a un otorrinolaringólogo con escozor de garganta, tos, afonía y opresión torácica. Tenía síntomas desde hacía tres años y con el tiempo empezó a asociarlos a la estancia en el trabajo. «Mejoraba cuando trabajaba en otro lugar y durante los fines de semana», dice. Un encuesta reveló que el 33% de sus compañeros sufría también irritación y síntomas neurotóxicos. El análisis de la calidad del aire del local mostró su deficiente oxigenación.

Tras una baja laboral de ocho meses, se reincorporó, pero los síntomas reaparecieron al segundo día con más fuerza. El diagnóstico final fue que había desarrollado un síndrome de hipersensibilidad química múltiple. «Pensé que nunca más iba a dedicarme a la nefrología», recuerda.

Su salud ha mejorado y se ha reintegrado a la vida laboral en la misma empresa, pero en otro puesto de trabajo. Aún así, las molestias reinciden al entrar en un taxi rociado con aerosoles, o cuando pasa por una zona recién pintada… «Noto como una piedra de mármol en la garganta», dice.

Casos como el de Margarita, Carmen, Carmentxu o el de Rosa, una enfermera que tuvo que dejar de atender pacientes tras desarrollar un asma ocupacional por el contacto con un desinfectante y trabaja ahora tras un ordenador, denotan las lagunas en materia preventiva de los centros sanitarios españoles. La cuestión es cómo cubrir las carencias y sobre quién debe recaer la responsabilidad de hacerlo.

Francisco Javier Yuste opina que las empresas deben dar un paso firme por «integrar la prevención para que se tenga en cuenta en la toma de decisiones y en la organización y planificación». Su colega Rafael Barbón coincide: «Debe estar presente cuando se construyan centros, se compren equipos… pero, actualmente, la dinámica de la administración sanitaria no lo favorece».

LOS RETOS

 

El desembolso económico que exige adoptar algunas medidas de protección no facilita el tránsito hacia un entorno más seguro. Un ejemplo es el de los pinchazos accidentales, verdadero caballo de batalla de las organizaciones profesionales y sindicales de uno de los colectivos más afectados por este tipo de sucesos, el de enfermería. Llevan años demandando dispositivos más seguros y chocando con la reticencia de muchos gestores que dudan de su eficacia y argumentan el elevado coste del material.

Pero la empresa no debe quedarse sola en la tarea de avanzar en la seguridad de los trabajadores. «El esfuerzo debe ser común. El personal sanitario tendemos a pensar que la enfermedad no nos va a alcanzar y debemos extremar las medidas y sensibilizarnos cada vez más. Nos ponemos las mascarillas, pero no observamos la higiene postural correcta», ejemplifica José Ángel Rodríguez Getino, profesor titular de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Oviedo y técnico superior en Riesgos Laborales.

La autosuficiencia que denotan muchos sanitarios a la hora de resolver sus problemas de salud le lleva a infravalorar muchas situaciones. Un hecho notorio es la elevada tasa de infranotificación de accidentes y lesiones sufridas en el trabajo. Al no quedar constancia documental, es complicado hacer un seguimiento de la siniestralidad en el centro.

María José López Jacob, médico del trabajo del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS), reconoce la necesidad de concienciar a los trabajadores de que deben formarse: «Es cierto que algunas empresas muestran buena voluntad, pero luego la plantilla no asiste a los cursos». El trepidante ritmo de trabajo en muchos centros, las prisas, los cambios de turnos… no favorecen la participación.

Estas condiciones laborales, imperantes en gran parte de la red sanitaria, contribuyen a agravar los riesgos al hacer que el personal baje la guardia. Otros fenómenos nocivos son la rotación de trabajadores temporales y la externalización de servicios mediante subcontratas. «Cada día está entrando y saliendo gente nueva, lo que dificulta la información y formación», admite Barbón.

Yuste confía en que, en el futuro, la prevención vaya más allá de 'poner tiritas'. «La tarea del hospital es sacar adelante al enfermo, pero aún no se ha tomado conciencia de que para ello lo más importante es cuidar de su capital humano», apostilla.

Isabel Perancho

http://www.elmundo.es/suplementos/salud/2007/696/1170457203.html

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