La retirada temporal de María San Gil de la política pone de relieve las dificultades laborales de estas pacientes. Las asociaciones reclaman que el tumor no sea sinónimo de incapacidad
Este miércoles, la presidenta del Partido Popular del País Vasco, María San Gil, daba una breve y emocionada rueda de prensa para anunciar su alejamiento temporal de la política. El motivo: tratarse y recuperarse de una intervención quirúrgica en la que se le ha extirpado un tumor en la mama.
Al pesar de que el cáncer que afecta a la dirigente popular está localizado (no ha afectado a otras zonas) y que los tumores mamarios cuentan actualmente con una gran cantidad de opciones terapéuticas efectivas, San Gil ha tenido que aparcar su actividad laboral para afrontar la enfermedad.
Lamentablemente, el 65% de las mujeres que reciben un diagnóstico de estas características tienen que tomar una decisión similar, según el estudio El Cáncer de Mama: la Enfermedad y sus Implicaciones Laborales, llevado a cabo por la Federación Española de Cáncer de Mama (FECMA).
El sondeo, dado a conocer el pasado 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer Trabajadora), y realizado en una muestra de 379 féminas plenamente integradas en sus profesiones y que sufrían tumores mamarios, deja constancia de que el 40% de las afectadas abandonó su empresa, mientras que el 35% tuvo serias dificultades para seguir desempeñando sus tareas.
«Desde la federación queremos llamar la atención sobre la influencia de la enfermedad en algunos casos en el trabajo y en las posibilidades de proyección profesional», afirma María Antonia Gimón, presidenta de FECMA en relación a estos datos.
Y es que, en muchas ocasiones, el tumor mamario obstaculiza no sólo el trabajo que la paciente desempeña en el momento de recibir el diagnóstico, sino que también condiciona las tareas profesionales de cara al futuro.
«Muchos empresarios siguen asociando el concepto de cáncer con el de incapacidad y muerte; cosas que no tienen nada que ver en la inmensa mayoría de los casos ya que, aunque casi todas las afectadas no tienen más remedio que cogerse bajas puntuales, lo cierto es que la mayoría pide seguir trabajando y están perfectamente capacitadas para ello», afirma Francisco Montesinos, psicólogo clínico de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).
Según los datos que maneja esta institución, los dolores y el linfedema (un trastorno asociado a la extirpación de los ganglios axilares para erradicar la presencia de células tumorales) son prácticamente las únicas circunstancias que obligan a las pacientes a plantearse un 'respiro' laboral. Sin embargo, «casi todas siguen trabajando incluso durante los ciclos de quimioterapia, apostilla Montesinos.
Y es que, según los especialistas, todavía quedan muchos estereotipos por romper; tanto entre los empleadores -que deben perder el recelo de contratar o mantener a una empleada con cáncer de mama- como entre las propias trabajadoras, que deben superar los temores a recaer y a no ser capaces de desarrollar su trabajo.
«Tener un tumor hoy en día no es lo mismo que haberlo padecido hace 10 o 20 años; las tasas de supervivencia han aumentado, los tratamientos son cada vez más eficaces y causan menos efectos secundarios», resume el psicólogo de la AECC.
Dado que, en opinión de los facultativos e, incluso, de las propias pacientes, el trabajo suele ser una de las mejores opciones rehabilitadoras y que estas profesionales pueden suponer un valor añadido para la empresa (las que conservan su puesto dan un ejemplo de autosuperación y suelen estar más motivadas), las instituciones están desarrollando estrategias para que tener cáncer no sea sinónimo de despido, de incapacidad o de discriminación laboral.
Por un lado, se está mentalizando al colectivo empleador de que no hay motivos para que una paciente con cáncer de mama sea mirada de manera diferente en el organigrama de la empresa.
Por otra parte, se está dotando a las féminas de recursos y habilidades para mejorar en la búsqueda de nuevos trabajos o para reorientar las labores cotidianas, ya que hay tareas que exigen un gran esfuerzo físico (la agricultura, por ejemplo) que estas pacientes no deberían realizar.
Sin embargo, «en ocasiones se trata de poner un poco de voluntad e introducir pequeños cambios en la jornada diaria», manifiesta Francisco Montesinos, que relata el ejemplo de una profesora que no podía llevar el pesado material imprescindible para dar sus clases a la que bastó con proporcionarle una ayuda para trasladar la carga.
Finalmente, los expertos insisten en que las mujeres denuncien su situación si se ven discriminadas, que soliciten ayuda legal o psicológica si la necesitan y que se informen de los recursos públicos que les pueden ayudar a reorientar sus carreras si no es posible seguir desempeñando el mismo puesto.
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