Despersonalización, distanciamiento con el trabajo, sentimiento de culpabilidad y de escasa realización profesional son algunos de los síntomas para reconocer el llamado "síndrome del profesor quemado", una afección que se ha detectado en los últimos años en el sector docente debido a la "conflictividad de baja intensidad" que se desarrolla en las aulas y que aún no está catalogada como enfermedad laboral. La inclusión de este síndrome en el catálogo profesional es precisamente una de las principales tesis que reivindica el libro ´El profesor quemado´, de la especialista valenciana Beatriz Rabasa.
La autora, profesora en un Instituto de Educación Secundaria y miembro del Consejo Escolar Valenciano, realiza en esta obra una radiografía de las causas, consecuencias y posibles soluciones a la desmotivación del profesorado, al tiempo que "rompe con el tópico social de que esta profesión es un paraíso", según señaló la autora en declaraciones a Europa Press.
Rabasa explicó que el síndrome del profesor quemado, también conocido como ´burn out´, "aparece en colectivos como el de la enseñanza y el personal sanitario, que entran en contacto directo con sus ´clientes´ potenciales, y que está causado por problemáticas "de baja intensidad, que no suponen agresión física, pero sí falta de respeto y de disciplina".
Las continuas actitudes de alumnos indisciplinados pueden desembocar en "manifestaciones psicosomáticas bastante graves", advirtió la escritora, que hizo notar que el no reconocer esta afección –aunque se ha producido alguna sentencia reciente que admite su existencia– dificulta su diagnóstico y tratamiento. De hecho, Rabasa subrayó que la depresión "supone ya la tercera causa de baja laboral del profesorado" y apuntó que, realmente, muchos de estos docentes "no están deprimidos sino que sufren el síndrome del profesor quemado".
Las consecuencias de este mal son que el profesional "acaba poniendo un muro entre él y los alumnos" y, además, "como los afectados suelen ser gente con un alto nivel de exigencia y perfeccionismo sufren un gran sentimiento de culpabilidad porque creen que no son capaces de asumir el reto", manifestó la especialista. El resultado es que "cuando vas por los centros educativos te sorprende ver la cantidad de profesores que con 50 años están pensando en la jubilación", relató.
Para combatir este problema, Beatriz Rabasa propone realizar una "reflexión serena de la situación huyendo del dramatismo" que se emplea al informar de algunos casos de violencia escolar, que constituyen "hechos episódicos y aislados", afirmó.
Entre las soluciones aportadas en el libro, que prologa el presidente del Consejo Escolar Valenciano, Enrique Luján, está "impulsar la mediación escolar, una vía válida para la resolución pacífica de conflictos aunque no es la panacea", advirtió.
El volumen propone asimismo "potenciar los procedimientos disciplinarios para que no haya tanta burocracia y el alumno vea la relación causa-efecto entre su acto y la sanción", algo a lo que puede contribuir, según su opinión, el nuevo Decreto de derechos y deberes. Se trata de "garantizar la autoridad del profesor, que no quiere decir volver a modelos trasnochados, apostilló, sino promover una disciplina democrática".
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