Para nadie es agradable ver peligrar su puesto de trabajo y todo trabajador tiene el derecho a defenderlo de manera pacífica y civilizada.
Cuando se cruza la delgada línea que existe entre lo razonable y lo irracional es cuando se producen problemas que, curiosamente, afectan también a honrados trabajadores que se ven afectados y que, para su impotencia, no pueden hacer nada ni a favor ni en contra de los que se manifiestan.
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