Que quienes deberían estar en la cárcel por malversar y mal gestionar una empresa se gasten, una vez rescatados con fondos públicos, casi medio millón de dólares en caprichos de lujo a modo de nuevos ricos, no tiene precio.
Para todo lo demás, Mastercard… pero la del contribuyente.
Estos directivos de AIG, y los que les han permitido seguir en sus puestos -después de pagar cientos de miles de millones de euros del erario público-, deberían ser puestos a buen recaudo sin demora, para que comprueben, además, el contraste con la frialdad de una celda.
Y todavía defienden el gasto -un tal Nicholas Ashoo- alegando que se trataba de una recompensa planificada con un año de antelación.
Si el libre mercado fuera real, este Ashoo y sus compañeros de jaranas habrían estado sentados en el banquillo de los acusados, por delincuentes y sinvergüenzas, y la sociedad americana se habría ahorrado 440.000 dólares… o muchos más.
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