¿Existe la perfección? ¿La ha visto Usted? ¿Ha podido sentirla? ¿Puede describirla? ¿Cómo es?…
Ante preguntas como estas, cada persona ofrecerá respuestas muy diferentes. La razón es sencilla, para cada ser humano, la perfección se mide de diferente manera, tiene varemos diferentes. Ello depende de las vivencias y experiencias de cada persona, de lo que ha experimentado y aprendido a lo largo de toda su vida. Para algunos, una tarde perfecta puede ser la compartida con los amigos en un estadio de fútbol, para otros, presenciar una obra de teatro clásico…
De la misma manera, cada uno considerará perfección lo que esté dentro de su aprendizaje y experiencia. Pero es hora de que nos demos cuenta de que la perfección total no existe. No existe de manera objetiva. El ser humano siempre la ha buscado en todas las disciplinas y ámbitos de la vida, y cuando creía haberla encontrado, ha considerado una vez tras otra, que todavía podía mejorar más, es decir, podía lograr una perfección superior. El camino hacia esta meta es infinito. Nunca termina, por ello, la persona que se considera perfeccionista nunca estará satisfecha, siempre estará a la búsqueda de algo mejor, y si no lo logra, se sentirá frustrada.
Este tipo de situaciones son más que comunes en lugares de trabajo donde tradicionalmente se ha considerado la perfección como una virtud, algo muy positivo cuyo resultado ayudaría a ascender al empleado, a ser cada mejor en lo suyo, a llegar a ser perfecto… En otras ocasiones es el propio empleado el que emprende una lucha consigo mismo y con los demás para lograr la perfección. Sin embargo, esta búsqueda insistente u obsesiva de la perfección puede rebelarse como una trampa emocional para la persona y convertirla en una víctima de su propia actitud o de la de otros. La persona sigue adelante sin ser consciente de que nunca llegará a lograr lo que busca porque siempre le parecerá poco, escaso o mejorable… siempre habrá algo que sea mejor, y como no puede conseguirlo, esto le produce frustración y dolor.
En otros casos, el perfeccionismo puede llevar a una parálisis y a la inacción. Es lo que se denomina “parálisis por análisis”… no se avanza, no se actúa porque se piensa que aún se puede mejorar más. Aquí, el perfeccionismo es un inhibidor, un agente “castrante” de la acción y del desarrollo.
El perfeccionismo tiene su origen en lo que se denomina la herida básica que nos marcó en la infancia: “si soy perfecto, me querrán”. La persona perfeccionista se vio, por lo general, obligada cuando era niño a desarrollar funciones de adulto, a asumir responsabilidades no propias de su edad. Como consecuencia, son seres autocríticos y con un elevado grado de exigencia hacia sí mismos.
Si ahondamos un paso más en el origen del perfeccionismo nos encontraremos con aquello que rige y condiciona el comportamiento final, consciente o no, de todos los seres humanos: la búsqueda del amor para sobrevivir en el entorno. En el trabajo esto tiene un reflejo muy claro: si no soy perfecto, no me querrán, me expulsarán, favorecerán a otros… Esto produce tensión, angustia y sufrimiento.
Es importante en este punto diferenciar entre perfeccionismo y ambición en sentido positivo, donde el amor a uno mismo y la fuerza o energía se aúnan en beneficio de la persona. Es el caso de un profesional que persigue aprender, mejorar con respecto a lo que era ayer apreciando lo que adquiere, sus avances, sus competencias… es un recorrido pacífico, sin guerras con otros ni conflictos con su ego. Este es el territorio de la excelencia, muy diferente a la perfección.
La perfección puede proyectarse hacia la propia persona o hacia los demás. En el primer caso se puede traducir en un narcisismo que hará que demos valor a lo que realmente no lo tiene o solo es relativo. Se produce una negación de lo que somos y una gran falta de humildad. Proyectado hacia los demás, el perfeccionismo se traduce en intransigencia y desvalorización de los que tenemos más cerca y a veces, en desprecio hacia las personas que tienen otra visión del mundo en la que la perfección no es un valor tan importante. El perfeccionista llegará a ser un perseguidor de sus allegados y establecerá expectativas falsas ya que nadie hará las cosas tal y como desea.
En suma, la perfección patológica puede alejar al sujeto de la felicidad. El síndrome de la perfección esclaviza a la persona sin permitirle disfrutar de lo que va logrando, del camino recorrido porque siempre querrá más y sentirá rabia y frustración si no lo alcanza. Si deja de mirarse a sí mismo, de darse las gracias y reconocer lo que ha conseguido, apreciar lo que es y hace, disfrutarlo y vivirlo como sana ambición, entonces esa persona seguirá por el camino de la insatisfacción perpetua cuya desembocadura es la tristeza y el sufrimiento.
Los comentarios están cerrados.