24 de noviembre de 2024
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¡Benditos errores!

¡Benditos errores!

Que errar es humano ya nos lo dejo claro uno de los coach más lúcidos que hemos conocido y que da la casualidad de que no era humano, sino oso. Me estoy refiriendo a Balú, el personaje que en el clásico de Disney ‘El Libro de la Selva’ se convierte en una especie de mentor del joven humano Mowgli. Pues bien, Balú ya le decía a su protegido que detrás del error nunca debe haber frustración, sino una inmejorable oportunidad de aprendizaje. La mayoría de las situaciones que implican incorporar un nuevo conocimiento o habilidad tienen en el error una poderosa palanca de avance, ya sea montar en bicicleta, preparar una paella o hacerle una presentación a un cliente. Gran parte de lo que aprendemos nace de las equivocaciones que cometemos a lo largo del proceso. Y no sucede absolutamente nada. Las personas inteligentes se recuperan rápidamente de un error, le decía Balú a Mowgli.

En la actual Era iterativa, el error es, de hecho, una de las principales herramientas para la innovación y el aprendizaje. Y las compañías que más innovan y rompen esquemas son precisamente aquellas que, en lugar de sancionarlo, toleran y fomentan que sus empleados alcen la voz, tomen iniciativas y se equivoquen. Y es que, a la velocidad a la que se desarrollan los cambios, probar las cosas sobre el terreno e ir ajustando a medida que se avanza es la mejor forma de obtener resultados. Eso sí, hay que equivocarse pronto y aprender rápido del error. Sin tiempo para miedos o lamentaciones.

Pero…, ocurre que las personas no siempre somos inteligentes, como también le indicaba Balú a Mowgli, en esto de cometer errores. Por ejemplo, a medida que nos vamos haciendo mayores, tendemos a asentarnos en el éxito. Los aciertos del pasado deberían ser también fuente de aprendizaje, gracias al refuerzo de comportamientos y a la creación de pautas positivas que puede generar. El problema es que, una vez que se prueban las mieles del tríunfo, empezamos a ser más reacios a dejar el pódium. Nos negamos el permiso de errar. De pronto, sentimos miedo a equivocarnos, a no recibir esas palmaditas en la espalda que tan bien sientan. El error se convierte entonces en una amenaza y olvidamos ese componente de enseñanza que tan útil nos resultó cuando nos atrevíamos a meter la pata. Es cuando hace acto de presencia el sentimiento de culpa y los pensamientos del estilo de “estoy acabado”, “no estoy a la altura” o “este trabajo no es para mí”.

El error proviene del inconformismo, es el resultado de una mente curiosa que huye de la monotonía, el mayor motor de la evolución humana. Eso sí, no todos los errores son útiles. No lo son, por ejemplo, cuando esa equivocación proviene de una falta de irresponsabilidad, cuando se comete por negligencia, porque nos da la gana, porque no he tomado las precauciones elementales para evitarla o cuando vuelvo a incurrir una y otra vez en la misma equivocación.

También hay errores que, aunque no se produzcan por una dejadez evitable, en realidad nos están aportando poco valor. Un e-mail que salió sin un archivo adjunto, una llamada que no hacemos porque olvidamos anotarla… todos los días incurrimos en alguno de estos despistes, que no son, en realidad, demasiado graves, pero que tampoco nos traen ningún beneficio. Son errores que se producen en la frontera de la conciencia, de los que nos damos cuenta prácticamente en el momento en el que los cometemos, pero de los que tampoco aprendemos nada.

Los errores útiles, en cambio, son inconscientes. A veces se producen incluso aunque estemos poniendo nuestros cinco sentidos en la tarea que tenemos entre manos. Pero, a pesar de ello, surgen imprevistos, se abren alternativas inesperadas u obtenemos resultados que no entraban en nuestros cálculos iniciales. Surgen así las serendipias, esas afortunadas casualidades que han significado grandes avances e inventos en la historia de la humanidad, desde el descubrimiento de América, hasta la penicilina o el velcro.

Pero para que un error no se convierta en irrelevantes, el cerebro debe estar alerta para identificarlo, entender sus causas y posibles consecuencias, interpretarlo y sacarle provecho. Se trata de comparar los resultados de esa equivocación con aquellos que esperábamos obtener y extraer conclusiones. Preguntarnos, ¿qué voy a hacer la próxima vez para mejorar mis resultados? Y una última cosa, no dejar pasar mucho tiempo antes de volver a intentarlo, antes de que olvidemos lo aprendido. Para que no nos pase eso tan humano y tan poco inteligente de tropezar dos veces en la misma piedra.

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