Si observamos con detalle, una gran mayoría de las personas somos proclives a dar consejos; cuando nos enfrentamos, ya sea a nivel personal o profesional, con alguien a quien acucia un problema nos falta tiempo para sugerirles una solución. Pero lo más curioso del asunto es que nuestras premisas raras veces forman parte de esa solución.
Vivimos en un entorno social en el que parece que todo problema ha de tener una única, ineludible y rápida solución; así, cuando aconsejamos, nuestro foco sólo apunta a esa solución, prescindiendo de buscar otras alternativas, otras posibilidades; únicamente nos centramos en la respuesta y elaboramos toda una serie de justificaciones de la misma, sin ir más allá, sin abrir el foco a otras alternativas. Y de este modo nos sentimos buenas personas por haber sido útiles a los demás. Jamás se nos ocurre pensar en las veces en que hemos sido nosotros los receptores de consejos ajenos, que en una abrumadora mayoría han caído en saco roto.
No está de más recordar al escritor dublinés Oscar Wilde, que con su afilada ironía dijo, “Yo siempre traspaso los buenos consejos que me dan. Es para lo único que sirven”.
Bien es cierto que existen otro tipo de consejos, que llamaríamos operativos, aquellos que puede brindarnos un profesional especialista en determinada materia y que pueden sernos de gran utilidad, por ejemplo un médico. Pero en el ámbito de las relaciones personales, los consejos se enmarcan en el marco interpretativo de cada uno de nosotros, en nuestras emociones, nuestros objetivos, nuestras necesidades y dificultades. Y en la mayoría de los casos esa “solución” que ofrecemos graciosamente no cuadra con la percepción y expectativas del receptor.
Es por ello que en mundo del coaching nos centramos más que en el consejo en la “pregunta”, por ser más creativa y por abrir posibilidades a otras opciones. En todos los ámbitos, en la vida o en el trabajo, quien recibe un consejo se ve privado de buscar la solución por sí mismo, obviando la experiencia de búsqueda y las distintas opciones que pueden existir. La pregunta en cambio favorece esa búsqueda y nos responsabiliza. Al preguntar establecemos un clima de confianza que va a ayudar al receptor a encontrar por sí mismo respuestas que le faciliten encontrar soluciones ante los problemas.
En el mundo profesional esa prevalencia de la pregunta sobre el consejo es fuente de líderes más efectivos. El auténtico líder no puede limitarse a solventar problemas en la búsqueda de resultados personales. Nada más alejado de un auténtico líder que la rigidez y la burocratización. No basta con el “esto se hace así”, hay que preguntar e invitar a la reflexión y la comprensión lógica, favoreciendo así el aprendizaje. De esta manera obtendrá resultados extraordinarios.
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